domingo, 1 de junio de 2025

CUANDO AMIGO SE VA... NO SE VA

 


HOMILÍA DOMINGO ASCENSIÓN CICLO C

El domingo de la ascensión del señor, nos recuerda el triunfo de Cristo diciendo que Jesús “sube al cielo”. A veces es difícil poder expresar lo que significa la realidad de Dios, por eso usamos imágenes que nos hagan entender lo que estamos queriendo decir. Este es el modo en que los apóstoles expresan con palabras humanas lo que pasó con Jesús. Jesús no sube al cielo como un avión o un cohete suben al cielo. Cuando cada domingo en el credo confesamos que Jesús subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre: Jesús “sube al cielo” significa que está en otra dimensión más importante que la nosotros tenemos en nuestra tierra. Y “estar sentado a la derecha del padre” quiere decir que Jesús, ser humano como nosotros, tiene todo el poder y toda la gloria de Dios.

Esta imagen no es solo simbólica, sino profundamente real. Jesús, verdadero hombre, ha sido glorificado. Y lo más hermoso es que esta glorificación no es solo para Él, sino también para nosotros. Como lo hemos oído en la segunda lectura de la carta a los hebreos cuando dice que, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.

Primero nos dice que tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario. En época de exámenes, los estudiantes tienen miedo de no poder pasar de curso. Imaginemos que tuviéramos un profesor con el que tenemos la certeza de que vamos a sacar sobresaliente. Ir a sus clases nos daría mucha tranquilidad. La ascensión de Jesús nos da la seguridad de que, a pesar de nuestras faltas, de nuestros pecados y errores, si confiamos en Jesus podremos alcanzar la plenitud, podremos ser para siempre la mejor versión de nosotros mismos.

Lo segundo que nos dice es que nos abrió un camino nuevo en su cuerpo. Hoy estamos acostumbrados a que de vez en cuando se produzca una actualización de nuestros aparatos electrónicos. Hay actualizaciones menores, pero de vez en cuando viene una actualización que cambia el modo de funcionar de nuestro aparato. Quizá esto nos podría servir de parábola moderna. En la vida vamos mejorando poco a poco ciertas cosas. Pero llegará un día en que seamos la versión definitiva y mejor de nosotros mismos; esto será tan maravilloso, que no tendremos necesidad de cambiar de aparato, sino que esa misma mejor versión definitiva, se encargará de transformar nuestro aparato en el mejor aparato posible.

Jesús nos ha abierto un camino, o sea un modo de ser nuevo, siendo como uno de nosotros: un ser humano que nace, que siente, que ama, que sufre, que muere y que al mismo tiempo, como es Dios, resucita y llena de gloria su naturaleza humana, la física y la espiritual. Por eso aunque seamos frágiles, limitados, Jesus nos da la seguridad de que un día seremos plenos, llenos de frutos buenos.

Y en tercer lugar, Jesus es quien nos concede poder ser así. El intercede por nosotros para que logremos ser lo que Dios quiere que seamos, lo que nos hace felices de modo completo y lo que nos permite hacer felices a los demás. Jesús no se aleja de nosotros al ascender. Al contrario, su presencia se vuelve más cercana, más universal. Ya no está limitado por el tiempo ni el espacio para estar cerca de nosotros, para darnos esperanza, para sostener nuestra fe, para hacer ardiente nuestro amor a Dios y al prójimo. Está con nosotros en cada Eucaristía, en su Palabra, en la comunidad, en los sacramentos. Nos acompaña en nuestras luchas, nos sostiene en nuestras caídas, nos anima en nuestras esperanzas. Él intercede por nosotros para que podamos ser lo que estamos llamados a ser. Nos ayuda a vivir con plenitud, a ser felices de verdad, a hacer felices a los demás. Su Ascensión no es una despedida, sino una promesa de presencia constante.

Si todo lo anterior es lo que hace Jesús con y por nosotros, ¿qué es lo que nosotros tenemos que hacer? También Jesús nos lo dice. Tenemos que ser sus testigos. Ser testigo significa que he visto algo y que digo lo que he visto con la verdad. A veces nos llaman la atención testigos muy relevantes, como son los santos, como la Madre Teresa o San Francisco de Asís, o el Padre Kolbe, pero tan importantes como ellos son otros testigos más sencillos. Por ejemplo, los padres de familia, o los amigos, o los novios, o los hermanos más pequeños o más grandes que uno.

Somos testigos cuando perdonamos, cuando hablamos con respeto de los ausentes, cuando somos solidarios con quien necesita de nuestra ayuda. Somos testigos con nuestro modo de actuar ante una adicción, al defender el respeto a la vida, al ser humano y su cuerpo. Todas estas son ocasiones en las que nuestras palabras y nuestras obras hacen presentes la certeza de que, como en la vida de Jesus, el amor es más fuerte que el egoísmo y el bien es más poderoso que el mal. Jesus subió al cielo, no para estar lejos de nosotros, sino para estar más cerca de nosotros.

Que la solemnidad de la Ascensión del Señor nos llene de seguridad y esperanza. Que sepamos que no estamos solos, que Jesús está con nosotros, que nos acompaña, que nos transforma. Y que, con la fuerza de su Espíritu, podamos ser testigos valientes de su amor en todas las circunstancias de la vida con la certeza de su palabra: “Estoy contigo… hasta el fin del mundo”.

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