sábado, 16 de agosto de 2025

¡¡¡FUEGO AMIGO!!!

 


HOMILÍA XX DOMINGO TO CICLO C 

“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” 

Hay pasajes del evangelio que nos recuerdan que en el mundo hay siempre una batalla entre el mal y el bien, y que no es fácil mantenerse del lado del bien en esa batalla. A veces mantener los valores del evangelio va a suponer una contradicción con lo que la moda, o lo que el ambiente nos propone, como lo hemos oído en el pasaje de Jeremías arrojado al pozo. Por eso Jesús nos avisa que, si queremos ser coherentes con nuestros valores, si queremos ser auténticos, muchas veces vamos a tener que luchar contra nosotros mismos.

El papa Francisco nos decía: Vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la vida. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí. Pero seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas.

A veces descubriremos situaciones en las que tenemos que trabajar para superar lo que no está bien, pero en la medida en que vencemos lo que no está bien en nosotros, podemos ser elementos de unidad y de armonía con todos los que nos rodean, de modo especial con los que viven con nosotros.

La carta a los hebreos nos invita a pensar en nuestra vida como en una carrera, en la que tenemos que correr con mucha agilidad. Los atletas se quitan todo lo que les impide correr bien y correr rápido. Así tenemos que ser nosotros, cuando descubramos algo que no nos deja ser lo que nos damos cuenta que debemos ser, tenemos que trabajar para irlo quitando de nosotros.

Si me doy cuenta que mis enojos me impiden ser una persona buena, tengo que ir luchando cada día para quitarlos. Si me doy cuenta de que mis rencores o mi desconfianza me hacen llenarme de enemigos, tengo que hacer el esfuerzo para limpiar mi corazón. Si me doy cuenta de que mi pereza me impide hacer al bien a quien me necesita, tengo que apartarme de ella para no ser lo que no quiero ser.

El fuego del que habla Jesús es el fuego del amor y de la amistad. El fuego tiene muchas cualidades: calienta, ilumina, destruye, purifica. Y cada una de estas funciones podrían ser de utilidad para nuestra alma. Debe calentar nuestra mediocridad, debe iluminar nuestras oscuridades, debe destruir lo que nos aparta de Dios y debe purificar lo que no nos hace mejores.

La amistad con Jesus nos pide que seamos de una manera concreta. Porque ser amigo de alguien es comprometerse a ser coherente con esa a amistad. Y Jesús quiso que fuéramos sus amigos, no sus esclavos, y para eso nos dejó el mandamiento del amor por encima de todos los demás mandamientos.

Solo que el amor de verdad exige fidelidad, exige lealtad, exige honestidad. El amor de verdad pide que no hagamos nada que sabemos que puede dañar nuestra amistad. El amor de verdad es como el fuego.  

Como nos decía el Papa Benedicto XVI: la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones. Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias.

Una forma concreta de vivir el fuego de la amistad con Cristo es por medio de los mandamientos, que están centrados en el respeto a Dios, como amigo en los tres primeros, y el respeto al prójimo como amigo en los otros siete. Los mandamientos no son solo normas, son por encima de todo condiciones de amistad, porque si uno es mi amigo, no le hago daño, ni le falto al respeto, ni le digo mentiras, ni le robo lo que es suyo, ni daño a las personas que él quiere, ni le despojo de las cosas que le pertenecen. Todo esto son condiciones de la amistad que hay que defender contra lo que se opone a ella, que hay que enriquecer con todo lo que la hace mejor.

Hoy se nos invita a renovar el fuego de Jesús en nosotros, a renovar la amistad con Jesús, a valorar lo que significa tener un amigo como él, a tomar la decisión de defender su amistad incluso cuando seamos incomprendidos por ser amigos de Jesús, o cuando tengamos que ser más fuertes que las dificultades, para estar siempre cerca de él. De este modo, también podremos ayudar a quienes necesiten encender su corazón para seguir adelante en la vida. Que cada día, como dice el sacerdote antes de comulgar, le digamos a Jesús: Jamás permitas que me separe de ti.

domingo, 10 de agosto de 2025

EL CORAZON Y EL TESORO

 



HOMILIA DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO CICLO C

Sab 18, 6-9: Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti

Sal 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Heb 11, 1-2. 8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios

Lc 12, 32-48: Estad en vela y preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el Hijo del hombre


Hoy comenzamos escuchando a Jesús que habla de no tener miedo y tener fe en que lo que pongamos en la mano de Dios va a estar bien. Jesús nos lleva a preguntarnos: “¿Donde está tu tesoro, allí está tu corazón?” Nuestra vida vale según dónde esté nuestro corazón: si está en cosas que se acaban, vale poco, se agota enseguida. Es semejante a los fuegos artificiales: los vemos salir, explotar y apagarse. Ante eso reaccionamos con un grito de excitación; cuando explotan: un grito de emoción; y cuando caen: un grito de desencanto. Así es la vida de muchos seres humanos: al final acaba siendo un grito de desencanto.

Jesucristo nos invita a pensar en dónde tenemos nuestro tesoro y la actitud ante él: “estén preparados, estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas”. Lo contrario de estar listo con la túnica puesta y la lámpara encendida, es estar en la cama, en pijama. Hoy podríamos pensar en personas que cuidan una casa: si les avisan que habrá visitas, estarán en la puerta listos para recibir. Esa es la imagen de la túnica puesta y de las lámparas encendidas: tenemos que estar preparados.

Jesús menciona las horas en las que puede llegar el señor de la casa: madrugada, medianoche… Y la gran felicidad está en reconocerlo cuando llegue. Hay muchas formas en las que Dios llega a nuestra vida. La definitiva es el encuentro con Él en la vida eterna. Pero hay otros muchos momentos en los cuales Jesucristo llega a nuestra vida: a través de un hermano que nos necesita: si estamos listos, seremos felices. A través de unas palabras de bien que podemos dar, si estamos con las lámparas encendidas, seremos felices.

Jesús luego pone la parábola del ladrón que viene a hacernos daño, y tenemos que vigilar. El ladrón viene a robarnos la paz, la esperanza, la felicidad. Ese ladrón puede ser una enfermedad, una situación económica desesperada, una seguridad que teníamos en alguna cosa material, o en nuestra inteligencia. El ladrón definitivo viene a decir: “tu tiempo se ha acabado”. Ese es el último de los ladrones. Tenemos que estar listos para que cuando llegue no nos haga un boquete en la casa y nos robe la paz y la felicidad. Jesús sabe que nuestra vida no siempre será feliz ¿Qué vamos a hacer ante la dificultad?

Finalmente, el evangelio termina con la parábola del siervo dispuesto ante una pregunta de san Pedro: “todo esto que nos has dicho del tesoro, del ladrón, de la túnica ¿Nos lo estás diciendo a nosotros que somos tus amigos?” Jesús responde indirectamente, diciéndole qué es ser su amigo: hacer la voluntad del Padre.

La voluntad del Padre es el amor a Dios y el amor al prójimo. Eso significa estar preparados: tener un corazón que busca cómo amar. El servidor sabe lo que tiene que hacer, no por miedo, sino porque su corazón está en sintonía con el corazón de Dios Padre: un corazón que es amor, redención, perdón, certeza y por lo tanto es esperanza; en un corazón que es cercanía en la dificultad, respeto de nuestra persona y de nuestra libertad. La clave es poner nuestro corazón en armonía con el corazón de Dios. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Dónde está nuestro tesoro?

Lo que nos une a un amigo es el amor que le tenemos. Ese amor se basa en la fe, la seguridad que el amigo me da. Yo no puedo amar a un amigo al que no le tengo fe. La fe en Dios no es decir “creo, aunque no vea”, sino saber que Dios me sostiene en todas las dificultades, como a Abraham, en la carta a los hebreos.  O como el pueblo hebreo, que reconoce la firmeza de las promesas en las que había creído. Aunque tenía miedo de los enemigos, la fe en Dios era más fuerte que los enemigos. ¿Cuáles son nuestros enemigos? La pereza, la ira, la soberbia, los malos deseos. ¿Estos enemigos son más fuertes que nuestra fe en Dios?

Antes de la comunión rezamos: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: La paz les dejo, mi paz les doy. No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”. Porque no son nuestras fragilidades las que nos definen, sino la fe con la cual nos unimos a Jesucristo. Esa fe nos hace más fuerte que los pecados, y te llevará a buscar la reconciliación, el arrepentimiento, la relación con Dios. Y esto llena de paz.

No sabemos qué circunstancias viviremos, pero sabemos que la paz interior nace de una fe que se transforma en amor y hace de la relación con Dios un tesoro. Un tesoro que, como hemos escuchado en el evangelio, se convierte en responsabilidad con los demás. Como ese siervo que tiene que dar a la gente lo que necesita. La relación con Dios no nos aleja de los demás, sino que nos compromete con los otros, para construir una sociedad de paz, justicia, solidaridad y respeto. Todo lo que vamos construyendo en nuestra vida, nuestra forma de ser, nuestros valores, acaba repercutiendo en los demás. Una sociedad en la cual cada uno está haciendo no sólo lo que le conviene, sino lo que a todos conviene desde el corazón de Dios nuestro Señor. Como decía el Vaticano II: El principio supremo de la vida social, de la vida familiar y de la vida política es el respeto y el amor al prójimo. Porque el hombre, única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás. (GS 24)

Aprendamos a tener una profunda relación con Dios, pero hagamos de esta relación un compromiso con nuestros hermanos, para construir el Reino que Jesucristo ha venido a traer, y que es el inicio de la vida eterna. Si la vida eterna es la felicidad sin fin, aquí tenemos que buscar la felicidad que, junto con nuestros hermanos, vaya abriendo nuestro corazón para un día, junto con ellos, estar en el encuentro definitivo con Dios nuestro Señor. Que así sea.