El evangelio de hoy nos podría parecer que una propuesta
irracional. Porque, ¿Quién en su sano juicio quisiera una vida de dolor, de
cruz, de castigo? ¿Quién en su sano juicio estaría dispuesto a perder la vida?
El dolor y la muerte los vemos como algo que tenemos que evitar. Sin embargo,
parecería que ese es el camino que Jesús nos invita a seguir. ¿Será que seguir
a Jesús es algo que nos causa males?
Para entender lo que Jesús nos quiere decir, es importante entender
el contexto en que Jesús nos habla del dolor y la muerte. Jesús está hablando del
misterio de amor que él va a vivir para entregarse por nosotros, cuando anuncia
a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer de parte de los
ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día. Es un misterio de amor con el que
vencerá al dolor y la muerte, con un amor más grande que todos los males del
mundo, que los dolores físicos que tendrá que sufrir en su cuerpo y que los
dolores morales que tendrá que experimentar por el rechazo y traición de los suyos.
El misterio del amor nos hace entender cuando Jesús habla de
que, para seguirlo, hay que tomar la cruz, y que quien quiera guardarse para sí
mismo la vida será quien la pierda y que ninguno de nosotros puede por sí solo
alcanzar la plenitud. Las tres afirmaciones de Jesús, sobre la cruz, el guardar
la vida y el precio de la vida tienen el mismo ADN: la vida merece la pena
cuando el amor nos saca del egoísmo, cuando no nos autoesclavizamos por culpa del
solo pensar en nosotros mismos. Porque la peor de las esclavitudes no es estar dentro
de una cárcel, sino la que nos generamos nosotros mismos en nuestro corazón.
Porque esta autoesclavitud nos impide ser felices, aunque alrededor tengamos
todo para poder ser felices.
Jesús decidió dar su vida para liberarnos del mal que nos viene
de fuera, y sobre todo del que nos puede venir de dentro, de las tendencias
interiores que orientan hacia el camino del mal y no hacia el camino del bien
cuando nos esclaviza nuestra soberbia, nuestra vanidad o nuestra ira, o cuando
nos atrapa nuestra pereza, nuestra avaricia, o nuestro afán de gozar todos los
placeres. Es lo que sucede con las adicciones que son una enfermedad que en realidad
empiezan cuando en la conciencia empezamos a llamar bueno lo que es malo y eso se
apodera de nuestra psicología y llega a tener efectos en nuestro cuerpo.
El evangelio de hoy nos enseña que solamente cuando estamos
dispuestos a ser generosos en nuestra vida es cuando alcanzamos la verdadera
felicidad. Jesús está dispuesto a ser generoso hasta morir en la cruz por
nosotros, como camino de la resurrección, de la victoria sobre el mal. Esto puede
ser difícil de entender o aceptar, como le cuesta a Pedro, que no quiere que le
pase nada malo a su maestro y amigo Jesús. Nuestro mundo, que nos invita a la
comodidad una y otra vez, podría intentar convencernos de que mejor seamos
egoístas, aunque no lo diga con estas palabras, o intentar convencernos de que
seamos tacaños o que vivamos en la comodidad. Pero si nuestro amor es como el
amor de Jesús, haremos nuestras las palabras de San Pablo: "No se dejen
transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de
pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad
de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto."
La respuesta de Jesús es que no hay que tenerle miedo a
ciertos precios que a veces es necesario pagar por amor. Como cuando una madre paga
con desvelos y fatigas la salud de su hijo, o un esposo paga con tolerancia el
apoyo a ciertos momentos difíciles de la vida de su esposa. O el hijo que está
dispuesto a acompañar a su padre en la prueba de una situación de Alzheimer.
Todo eso lo entendemos cuando es el amor lo que nos empuja, un amor como el de
que habla el profeta Isaías cuando siente el peso de seguir dando lo mejor de
sí. En ese momento, su corazón le hace responder: "He llegado a decirme:
'Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre'. Pero había en mí
como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo
y no podía." El amor verdadero, aunque se descubre débil y frágil, sigue
adelante con la fuerza de un fuego ardiente.
Este domingo Jesús nos mira a los ojos para decirnos que su
amor por nosotros no duda, aunque duela, y nos invita, como lo hizo con Pedro,
a ponernos detrás de él, a no ser sus adversarios, que es lo que significa la
palabra Satán, a pensar como él, desde el amor y no desde el egoísmo. Si a
veces nos descubrimos poniendo tropiezos al amor generoso, volvamos a escuchar
a Jesús, que nos invita a ser sus amigos para que como él pongamos el amor como
la fuerza que nos hace ser más fuertes que el mal en nuestra familia, en
nuestro entorno y en nuestro corazón.
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