El mes de
noviembre trae la celebración que une a los santos y a los difuntos. La
tradición prehispánica de Mictlantecuhtli se une con la celebración cristiana
que recuerda a los que no se encuentran entre nosotros. Las dos celebraciones
tienen sentidos desiguales. Para los primeros habitantes de México, el Mictlan
era el lugar de los muertos, que vagaban por distintas etapas durante cuatro
años hasta encontrar una especie de sueño reparador bajo el Señor y la Señora
de los muertos.
En la visión cristiana lo que se celebra el uno y dos de
noviembre es el recuerdo de los que ya no están entre nosotros, como los que
viven colmadamente en la vida eterna. Es la gran aportación del cristianismo a
la visión de la muerte. El difunto no está bajo el poder del señor de la
muerte, sino en la plenitud de la vida de un Dios de vivos. Al hacer nuestro
altar de muertos debemos recordar que es un altar de personas que queremos y
que, de modo diferente, siguen vivas, como indican las flores, que representan
un vida hermosa o las velas que nos hablan de luz y no de oscuridad.
Tenemos
tanta muerte alrededor, que es importante no separar la fiesta de los santos y
la de los difuntos. Por eso, tanta gente cuestiona la costumbre del Halloween, que
es más una celebración de la muerte, que una evocación de quienes amamos vivos. El
día 1 de todos los santos, recordamos que la muerte no es la dueña del ser
humano, sino la vida y la felicidad. Así que celebremos con alegría a nuestros
difuntos, que viven en la eternidad y tengamos un recuerdo lleno de gratitud por
todo el bien que nos hicieron mientras estaban entre nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario