martes, 20 de diciembre de 2011

SANTA O EL NIÑO JESUS ¿CUESTION DE RATING?

En estos dias nos encontramos con un problema: ¿Quién va a traer los regalos a nuestros niños? ¿Santa Claus, o el Niño Jesús o los Reyes Magos? Parecería que se tratase de una pelea entre tres grandes compañías a ver cuál de ellas tiene más clientes… o rating. La presencia de los dos últimos tiene que ver con la visión cristiana de la navidad. Pero ¿qué pasa con el primer personaje, al que nos hemos acostumbrado a ver vestido de rojo y panzón, con una carcajada profunda? A favor de Santa podemos decir que los niños aman la fantasía, como vemos en las historias que hablan de animales parlantes, hadas, magos, etc. La fantasía puede estimular tanto la creatividad como la imaginación en los niños. Según van madurando y distinguiendo entre fantasía y realidad, los padres pueden jugar un papel importante para ayudar a clarificar lo que es verdadero y lo que es ficción. ¿Donde entra Santa en todo esto? Santa no es nadie por sí mismo, sino por venir de parte de quien viene. La figura de Santa Claus es importante porque tiene raíces históricas. Santa Claus es nuestro San Nicolás, un fiel servidor del amor de Jesús por los seres humanos. San Nicolás no compite con Jesús. San Nicolás sirve a Jesús. 

Cada vez que llevemos a nuestros niños a sacarse una foto con Santa, aprovechemos para contarles la verdadera historia del personaje, cuya vida nos inspira no a tener la codicia de recibir regalos, sino a ser generosos en compartir lo que tenemos, como muestra la historia en que San Nicolás entregó, de modo anónimo, dinero a un padre y a sus tres hijas que habían caído en la miseria. Santa no hace sino seguir el consejo de su Maestro: busca que tu limosna quede en secreto y tu Padre que ve lo secreto te recompensará. La figura de Santa se puede convertir en un motor de generosidad, en vez de consumo. ¿Por qué no enseñar a los niños no solo a pedirle a Santa, sino a ser (por supuesto en secreto) como Santa? ¿Por qué no jugar con ellos a que no son solo ellos quienes escriben a Santa, sino que también Santa (por supuesto en secreto) les escribe a ellos y les pide cosas para hacer en nombre del niño Jesús? Algo así hace que la figura de Santa Claus deje de ser el ridículo personaje multiplicado a las puertas de los grandes almacenes o centros comerciales y sea lo que siempre fue: un mensajero de la bondad de Dios que apareció en su Hijo Jesucristo. Algo que C.S. Lewis reflejó en el primero de los libros de las Crónicas de Narnia y que me permito compartir:

— ¿No les dije —respondió el Castor— que ella mantenía siempre el invierno y no había nunca Navidad? ¿No se lo dije? ¡Bien, vengan a mirar ahora! Todos estaban ahora en lo alto y vieron... Era un trineo y eran renos con campanas en sus arneses. Pero éstos eran mucho más grandes que los renos de la Bruja, y no eran blancos sino de color café. En el asiento del trineo se encontraba una persona a quien reconocieron en el mismo instante en que la vieron. Era un hombre muy grande con traje rojo (brillante como la fruta del acebo), con un capuchón forrado en piel y una barba blanca que caía como una cascada sobre su pecho. Todos lo conocían porque, aunque a esta clase de personas sólo se las ve en Narnia, sus retratos circulan incluso en nuestro mundo..., en el mundo a este lado del armario. Pero cuando ustedes los ven realmente en Narnia, es algo muy diferente. Algunos de los retratos de Santa Claus en nuestro mundo muestran sólo una imagen divertida y feliz. Pero ahora los niños, que lo miraban fijamente, pensaron que era muy distinto..., tan grande, tan alegre, tan real. Se quedaron inmóviles y se sintieron muy felices, pero también muy solemnes. —He venido por fin —dijo él—. Ella me ha mantenido fuera de aquí por un largo tiempo, pero al fin logré entrar, Aslan está en movimiento. La magia de ella se está debilitando. Lucía sintió un estremecimiento de profunda alegría. Algo que sólo se siente si uno es solemne y guarda silencio. (…) Ahora —de pronto su aspecto se vio menos grave—, aquí tienen algo para este momento y para todos. Sacó (yo supongo que de una bolsa que guardaba detrás de él, pero nadie vio bien lo que él hacía) una gran bandeja que contenía cinco tazas con sus platillos, un azucarero, un jarro de crema y una enorme tetera silbante e hirviente. Entonces gritó: — ¡Feliz Navidad! ¡Viva el verdadero Rey! Hizo chasquear su látigo en el aire, y él y los renos desaparecieron de la vista de todos antes que nadie se diera cuenta de su partida.

1 comentario:

Emilio PC dijo...

Aprovechar para enseñar a los niños, la belleza y la satisfacción de compartir en lugar de quedarse en la codicia de esperar el regalo... ¡Excelente!
Por otro lado hacerles ver que no compite con el Niño Jesús sino que está para servirle.
Claro y certero. Gracias por las herramientas. Se lo dice un detractor del señor de rojo, que no había encontrado como incorporarlo a nuestra tradición sin combatirlo y quedar como Juan el bautista:solo predicando en el desierto. Un saludo con todo mi agradecimiento P.Cipriano.
Emilio Pardo