lunes, 28 de noviembre de 2011

ADVIENTO: ENCERRADOS EN CUATRO LETRAS

Ayer domingo comenzó el Adviento, la época del año en la que se nos va guiando de la mano para encontrarnos con Dios en la celebración de la Navidad. Este tiempo podría verse como algo que atañe solamente a quienes tienen arraigada la dimensión religiosa en su vida, sin embargo es una época que nos compromete a todos. Porque los seres humanos podemos ver nuestra vida como algo cerrado, aislado, sin horizonte, o la podemos ver con una apertura a algo más trascendental, hacia una dimensión más allá de lo que se puede medir, pesar, calcular. Esa dimensión es tan importante que, al final, es lo que da sentido a la vida, porque es donde se desarrollan los aspectos más ricos de nuestra existencia, como el amor, la generosidad, las emociones, los valores, las relaciones profundas…
El materialismo que nos rodea puede llevarnos a que nuestras vidas se cierren y estemos sólo pensando en el dinero, las cosas materiales, los objetos que nos regalan, el tipo de coche que tenemos, el último aparato que nos falta por comprar. No es que estas cosas no sean significativas, pues muchas veces son recompensas a muchos de los esfuerzos que hacemos, pero tenemos que cuidar que no acaben siendo una venda que nos impida mirar el horizonte trascendente de nuestra vida. Entre otras cosas, porque nada de lo material nos salva, es decir ninguna de las cosas materiales acaban por dar respuestas definitivas a nuestra vida, al contrario siempre terminan señalando un más allá que ellas de ninguna manera son capaces de proporcionarnos. Una mirada alrededor podría reflejarnos un panorama en que la vida se va convirtiendo en una existencia anónima y gris, sin trascendencia, llena de la soledad que genera el pensar que podemos estar abandonados a nosotros mismos en todas las dimensiones: la economía, la ciencia, la técnica, la relaciones sociales, el trabajo, la política…Si mañana tuviéramos el refrigerador lleno de comida, la sala llena de aparatos, la cuenta de banco llena de números positivos, nuestro estado de salud en perfecto estado, no nacería la pregunta ¿y ahora qué? No surgiría el interrogante ¿y ahora con quién lo comparto? No nos preguntaríamos ¿para qué todo esto?
El tiempo de adviento nos invita a mirar hacia delante para descubrir que nuestra historia no se encierra en lo pequeño de las veinticuatro horas diarias, sino que se abre hacia la eternidad, y esto llena de esperanza. La vida no tiene solo la dimensión terrena, la vida se proyecta hacia un más allá como una plantita que surge de la tierra y se abre hacia el cielo. Pascal decía que somos una caña pensante y es verdad. No nos agotamos en lo material. El pensamiento, la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, son ejes centrales de toda existencia humana. Cada vez que nos enfrentamos a una tragedia, o a un dolor de cualquier tipo, nos damos cuenta de que nuestra autosuficiencia no es capaz de dar respuestas probadas. Que lo que da respuestas auténticas es la capacidad que tengamos de descubrir que el sentido de la vida está en amar y ser amado. En descubrir que no estamos solos. En descubrir que lo más fundamental de la existencia es lo que podemos encerrar en cuatro letras. Las que escriben la palabra AMOR. Y para eso es el Adviento.

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