Este fin de semana, el papa Benedicto XVI visitó una de las zonas más complejas de Italia, la Calabria, centro de la Ndrangheta, uno de los más fuertes grupos mafiosos. Es como si hubiera hecho una visita a alguno de los estados de la República mexicana con alto índice de delincuencia, con problemas agudos y desestabilizadores. Problemas como la falta de oportunidades de trabajo, o como una criminalidad que se mete en el tejido social dejándolo tremendamente herido, en un estado de continua emergencia. La pregunta es si cuando se vive en una situación de este estilo, algo que no está tan lejos de la forma cotidiana de vivir de muchos de nosotros en México, hay algo más que hacer que quejarse. La pregunta es que hacemos nosotros cuando nuestra vida se llena de dificultades, de problemas y de preocupaciones. Ante tantos problemas siempre tendremos una tentación, que, como un monstruo mítico, tiene dos cabezas: el pesimismo, o sea no hay nada que hacer, y el replegarse sobre nosotros mismos, o sea yo no pienso hacer nada más que preocuparme por mi mismo y por mis intereses.

Si el primer paso para una sociedad mejor es la mejora de nosotros mismos, el segundo paso es la preocupación por que el que está a mi lado sea mejor y esté mejor, la preocupación por que lo que sucede a mi alrededor sea algo mejor. ¿Cómo se hace esto? Los caminos son muchos, pero hay un punto de partida que no puedo omitir: el ejemplo. El ejemplo personal en mantener una familia arraigada en el amor. El ejemplo personal en los valores humanos y cristianos que cada día siembro en mi entorno. El ejemplo que hará que de mi hogar surja una generación de hombres y mujeres capaces de promover no tanto los intereses particulares, sino los intereses del bien común, los intereses de la comunidad. Y todo esto empieza en la familia. Como tantas veces hemos escuchado, no esperemos una sociedad mejor, si no es a base de una familia mejor. Busquemos hacer mejor nuestra familia y podremos mirar de frente a los desafíos que cada día nos presente nuestra sociedad. Aunque sean tan complejos como los que en la tierra de la delincuencia organizada tuvo que enfrentar este pasado fin de semana Benedicto XVI
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