sábado, 29 de marzo de 2025

RECONCILIADOS PARA RECONCILIAR

 


HOMILÍA IV DOMINGO DE CUARESMA CICLO C

La liturgia de hoy se centra en la palabra "reconciliación". En un mundo como en el que vivimos, con guerras, enojos, señalamientos a otros, sentidos de injusticia, divisiones en las familias —a veces por dinero, a veces por poder—, es importante pensar en la necesidad de la reconciliación. Además ninguno puede decir: "Yo no tengo ningún enemigo, ni nadie que me moleste o que apartaría de mí". Muchas apartamos a los demás porque no nos parecen bien, como al ver a un pobre andrajoso decimos: "mejor que esté lejitos de mí". O porque los consideramos malos, egoístas, o prepotentes, o sentimos que alguien nos ha generado un daño emocional, porque nos defraudó, o descubrimos su mala intención. Parecería que las divisiones son más frecuentes que las situaciones de armonía.

¿Cómo podemos llevar a cabo la reconciliación? El Evangelio nos presenta dos caminos de reconciliación: uno, el del "hijo pródigo" o "hijo menor"; y el otro, el camino que se le propone al hijo mayor, "el hijo fiel". El Evangelio se centra mucho más en la figura del hijo pródigo —que le pide al padre su herencia, se va, gasta todo con personas de mal vivir, echando a perder lo que su padre le había dado—. Este hijo se descubre vacío y comienza un camino de reconciliación cuando, en su situación de cuidador de puercos, reflexionó y se dijo: "Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores". Este joven se da cuenta de que el mal no ha sido gastarse el dinero con gente mala. El mal está en el daño que le ha hecho a su padre. Eso es lo que descubre. Por eso no dice: "Voy a trabajar para devolverte cada moneda que me has dado", sino: "Quiero volver a estar contigo, aunque sea como un trabajador”. Lo que se produce no es una restitución de un dinero, sino una reconciliación entre dos personas.

Otra cosa sucede con el hijo mayor, que dice: "Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya". Esto habla de un hijo que está cuidando la herencia de su padre pero no ha sido capaz de descubrir que su padre es su padre, no solo el señor de unos trabajadores que lo obedecen y que cumplen.

Ninguno de los dos hijos ha descubierto la esencia de la reconciliación que no es solo dejar de portarse mal, ni tener una vida perfecta. La reconciliación es la capacidad de descubrir que hay una persona que es importante para nosotros, o, todavía más, alguien para quien nosotros somos importantes. Por eso el padre dice al hijo mayor: "Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo", algo que el hijo fiel, no había descubierto. Y, sobre el hijo menor, dice: "Este hijo estaba perdido y lo hemos encontrado". Al padre no le importan las cosas, sino las personas, ya sea la del hijo perdido o la del hijo fiel. Cuando esto sucede, descubrimos nuestra dignidad, representada en las sandalias, el anillo, el vestido y la fiesta. En Cuaresma, deberíamos intentar reconciliarnos con el otro, con ese otro que es Dios, y ser congruentes para trabajar no por cosas sino por un corazón, por una persona.

Cristo al hacerse uno como nosotros, frágil para encontrarnos y levantarnos es quien nos ha reconciliado. Por eso Dios nos propone ser un corazón semejante al de Jesús. Un corazón que no dice que no exista el mal, como el padre del Evangelio no dice: "Mis dos hijos son hijos buenos". Sino lo que dice es: "Sigan el ejemplo de mi corazón". Ser reconciliados es tener la certeza de que el amor es más grande que el miedo, las dificultades y las heridas del pasado. Aunque la reconciliación no siempre logre restaurar todo el bien en este mundo, en nuestro corazón ya estamos reconciliados cuando lo que manda no es el odio, el enojo, la avaricia, sino el amor a Dios y al prójimo.

San Pablo resume este modo de ser al decir que el que vive según Cristo es una criatura nueva. Esto no significa que se nos quiten las arrugas. Se refiere a la manera de ser de quien ha descubierto que lo importante es el corazón de la persona y trabaja de acuerdo con esa realidad. No significa volvernos personas perfectas. Significa hacer el esfuerzo cada día para que nuestro corazón busque reconciliarse con Dios, con uno mismo y con el prójimo. Es decir, descubrir que, en el estilo de vida según Jesucristo, está por lo menos, el camino hacia la solución de muchos de los problemas que podemos llegar a vivir.

Podríamos preguntarnos: ¿dónde soy una criatura vieja que sigue viviendo del odio, del enojo, de la división, de la indiferencia, del señalamiento del otro? ¿dónde Dios, me invita a ser una criatura nueva que busca la solidaridad, la compasión, la caridad, en definitiva, la armonía y la paz con todos? Aunque no siempre se logre, lo importante es tener un corazón que haga presente esto en el mundo en que vivimos. Entonces se lleva a cabo la fiesta de la misericordia, que no es solamente la fiesta del "te perdono", sino la del "te amo mucho más allá del mal que puede existir entre nosotros".

Ojalá que sepamos que existe siempre ese Padre bueno, aunque a veces te sientas como el hijo fiel, tratado injustamente o como el hijo perdido, apartado y sin ningún mérito. Pero sea como sea, siempre hay un amor: el amor de Dios. Hagamos la prueba de lo bueno que es Dios con nosotros, para que también los demás puedan hacer la prueba de lo bueno que puede ser un corazón de bondad y de amor verdadero en nuestro mundo. Que así sea.  

domingo, 23 de marzo de 2025

LAS HIGUERAS LLENAS DE MISERICORDIA

 


HOMILÍA III DOMINGO DE CUARESMA CICLO C

Cuando pensamos en la palabra "conversión", pensamos en un volverse hacia alguien. Pero, ¿hacia quién? ¿Quién es este Dios al que debemos convertirnos? ¿Cuál es la actitud de nuestro corazón para llegar a Él?

La primera lectura nos narra el episodio de la zarza que arde sin consumirse. Moisés, de ser una persona muy importante en Egipto, se ha convertido en un desterrado. Ha perdido todo lo que podría ser valioso, y ahora es un simple cuidador de ovejas. En esa situación se encuentra con Dios que le dice: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Así, Dios le dice a Moisés que él ha hecho una alianza con su familia, y, que, por lo tanto, quiere estar cerca de Moisés y de todo el dolor que hay en la gente que él ama. Dios es un Dios cercano en los momentos en los que sentimos el dolor, o nos sentimos esclavos, deprimidos. Dios, en la promesa de la tierra que mana leche y miel, está cerca para darnos un futuro, un sentido de vida.

Para cumplir su misión, Moisés le pregunta a Dios por su nombre y Él responde: "Mi nombre es Yo Soy". Esto parecería una respuesta extraña. Porque es como si alguien te preguntara: "Oye, ¿y tú quién eres?", y tú respondieras: "Pues yo soy yo". Sin embargo, en Dios esto tiene sentido porque Dios es el único que realmente puede decir "Yo Soy" a secas. Cuando nosotros decimos: "Yo soy" es porque tuvimos unos padres, porque tenemos salud, porque necesitamos comer, beber, respirar… un montón de cosas. 

Ninguno es un "Yo Soy" a secas, todos "Somos por algo". Pero Dios es un "Yo Soy" por Él mismo. Él es el cimiento de todo y de todos. Es como cuando, al construir una casa en un terreno pantanoso, buscas dónde está la tierra firme sobre la que apoyar los cimientos. En medio de todos los pantanos de nuestra vida, de todos los problemas, Dios está presente. Eso significa "Yo Soy". Es un "Yo Soy", para estar contigo, porque quiero ser tu amigo, porque quiero que experimentes el bien. Ese es Dios al que nos tenemos que convertir: alguien que es bueno para mí, conmigo, en mi vida.

Si no nos convertimos, o sea nos orientamos, a este encuentro con Dios, corremos el riesgo de que el mal domine nuestra vida. En los dos ejemplos del Evangelio, vemos primero un mal generado por los seres humanos: unos galileos que están en el templo de Jerusalén, son asesinados por los romanos. Es el mal del hombre contra el hombre. Pero también vemos lo  que podríamos llamar "males de las circunstancias", es el segundo ejemplo que pone Jesús: A unos personajes, de pronto, les cae una torre encima. Ahí no hay maldad, pero unos y otros se han visto sometidos al mal y a la muerte. Jesús nos dice a que el mal que producen los seres humanos o el que se produce sin intención humana, no son más fuertes que el amor de Dios por ti. Pero Jesús dice: "Si tú no te conviertes, te pasará lo mismo", es decir, si no estás cerca de Dios, el mal será más fuerte que tú. Ese mal, que a veces es un mal humano, nos puede hacer sentir envidia, avaricia, enojo, afán de criticar… O esos males que nos deprimen, cuando una enfermedad llega, o un problema económico se nos hace angustioso.

Ante ese mal, Dios es más fuerte porque es rico en misericordia. La misericordia no es un sentimiento de tristeza porque me das pena. La misericordia es el corazón que quiere compartir contigo tu mal para llevarte al bien. Esa es la verdadera misericordia. Por eso, el salmo ha dicho: "El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades. Él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. La misericordia es el amor que se acerca a ti en tu problema, en tu lucha, para llevarte hacia el bien.

Así llegamos a la parábola de la higuera… La higuera representa nuestra vida, que a veces no da frutos buenos, en nuestra vida o en la de los demás. ¿Y qué dice Dios ante esa dificultad de encontrar fruto en algún corazón? Dios dice: "Todavía voy a ayudarte", por eso las palabras del agricultor: "Déjala este año, voy a aflojar la tierra, le voy a echar abono y, si no da fruto, la cortamos. Pero vamos a hacer todo lo posible." ¿Saben cuál es el "todo lo posible" de Dios? La entrega de su Hijo por nosotros hasta la muerte, y muerte de cruz. Él es el abono, Él es el aire que entra a nuestras raíces, para que nosotros demos fruto. ¿Cuál es la parte de mí que no está dando fruto bueno?

Esa parte pongámosla en las manos de Dios: "Señor, esta parte la quiero cambiar. Esta parte, de mi relación con mi esposa, con mis hijos, un mal hábito que tengo, lo que sea... Señor, ayúdame." Ese es el sentimiento de la Cuaresma: Dios está a tu lado porque te ama, para que lo que hay de negativo quede destruido y tú puedas respirar con plenitud el bien al que está llamado tu corazón. La Cuaresma es abrir mi corazón a todo el bien que Dios quiere poner en mi vida, para que yo también sea una persona que siembra bien en la vida de los demás. Que esta sea nuestra verdadera Cuaresma.