viernes, 20 de octubre de 2023

EL ROSTRO EN LA MONEDA: CLAVE DE UNA ESPERANZA (HOMILIA XXIX DOMINGO ORDINARIO CICLO A 2023.10.22)


TORD XXIX 20230.10.22 (DOMINGO DE LAS MISIONES, EL DOMUND)

Este domingo nos regala la invitación de la Iglesia a reflexionar sobre el sentido misionero del ser cristiano y apoyar a quienes anuncian la buena noticia en las periferias geográficas o sociales. Toda la vida de Jesús tuvo un sentido misionero. Al principio del evangelio, San Mateo nos presenta a los sabios de oriente, los Reyes Magos, como los que reconocen al Mesías en Belén. A lo largo de su vida, Jesús anuncia su evangelio, tanto al pueblo de Israel, los cercanos, como a los paganos, el centurión, la sirofenicia. Finalmente, Jesús al salir de este mundo nos dice: Vayan y proclamen el evangelio a toda la creación. 
Los cristianos debemos asumir la conciencia de sabernos enviados para anunciar la esperanza que el Señor nos propone, y así ser consuelo en un mundo lleno de sin sentido y amarguras, ofrecer la alegría y la fortaleza que nacen de la fe en Jesucristo, a quien debemos tener grabado en nuestro corazon, como recuerda el Papa Francisco: La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? No hay nada mejor para transmitir a los demás. Evangelizar es, además de transmitir una doctrina, saber descubrir los bienes que Dios ha sembrado en nuestro mundo. Así lo vivió Isaias al hablar de Ciro el grande, rey de Persia y su interés por reconstruir el templo de Jerusalén. Aunque era un rey pagano, el profeta reconoce en él la mano providente del Señor: Te llamé por tu nombre y te di un título de honor, aunque tú no me conocieras. ... Te hago poderoso, aunque tú no me conoces, para que todos sepan, de oriente a occidente, que no hay otro Dios fuera de mí. Es un ejemplo de cómo Dios anuncia su mensaje por medio de quienes están fuera de los márgenes oficiales, una invitación a saber ver la obra de Dios, que actúa con nosotros, sin nosotros y muchas veces a pesar de nosotros. 
Para ser testigos de la esperanza y de la felicidad que trae el evangelio, el único modo de convencer y transmitir la certeza de que merece la pena seguir a Jesucristo es tener como referencia su comportamiento. Por eso es muy valioso el pasaje del evangelio en que le preguntan a Jesús sobre la moneda con la que había que pagar el tributo. Roma, dueña de Judea, obligaba a pagar los impuestos con la moneda oficial que tenía grabada la efigie del emperador, un signo de que el pueblo de Israel estaba sometido, sin libertad. Jesús responde con la famosa frase de dar a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César. 
Esta afirmación de Jesús podría plantearnos dos preguntas. La primera es sobre la moneda con que pagamos en la vida: A Dios lo que es de Dios, dice Jesús ¿qué es de Dios en nosotros? ¿No lo hemos recibido todo de Él? La vida, la familia, los dones personales, todo lo hemos recibido. Entonces, ¿con qué moneda pagamos? ¿Cuál es la moneda que nos hace libres? ¿Cuál es la moneda que nos hace esclavos? Según pagamos, o sea, según empleamos nuestros dones en la vida, nos hacemos más libres para ser felices o más esclavos de lo que nos hace infelices. La moneda que no tiene el rostro de Dios es la del egoísmo, enojo, pereza. Pero si pagamos con generosidad, fortaleza, justicia, caridad, estaremos pagando con la moneda del rostro de Dios, pagando, como nos ha dicho San Pablo, con las obras que manifiestan la fe de ustedes, los trabajos fatigosos que ha emprendido su amor y la perseverancia que les da su esperanza en Jesucristo, nuestro Señor. 
La segunda es sobre la imagen de Dios en nosotros: ¿cuál imagen tenemos grabada en nosotros? ¿Me reconozco como imagen de Dios?, ¿Reconozco a cada ser humano como imagen de Dios y les respeto su dignidad? Como decía Benedicto XVI: todo hombre, lleva en sí mismo otra imagen, la de Dios y, por tanto, a él, y sólo a él, cada uno debe su existencia, con la certeza de que Dios ha escogido al hombre, que él ha creado, para reflejar su gloria. Cada día podremos poner en la moneda de nuestra vida y relaciones, en el modo de ser padres o esposos o hijos o amigos, el rostro del César, que nos hace esclavos y por tanto infelices, o renovar la imagen que nos hace felices, el rostro de Dios, en nuestro modo de ver, juzgar y actuar ante las personas y las circunstancias. 
Ser rostro de Dios nos compromete a trabajar por un mundo mejor, una sociedad, una familia, unas relaciones laborales, que nos hagan mejores seres humanos, con la certeza de que quien toca los corazones para abrirlos a la salvación es el mismo Cristo. Todos somos misioneros, donde nos encontremos, pues ser misionero es también acercarse a los corazones remotos, a las sociedades remotas o a los ambientes remotos que pueden estar incluso en la habitación de al lado. Pongamos en la Eucaristía de hoy la imagen de Jesús en la moneda de nuestra vida para ser su rostro en cada día de nuestra vida.

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