martes, 27 de mayo de 2014

NO BASTA CON LLORAR POR HECTOR




La historia de Héctor, el niño fallecido por golpes de sus propios compañeros, hace presente, a través del bullying en la escuela, uno de los rostros más tristes de nuestra sociedad. Esta palabra, en español tiene el significado de “un acoso violento y continuado en el ambiente educativo. Es muy serio que el lugar donde este fenómeno se da sea la escuela, precisamente donde deberían estarse formando los jóvenes en la ética, en el respeto al más débil. Siempre que sucede una desgracia por esta causa, como la reciente muerte de este niño, todos nos ponemos a señalar a los responsables, a los que omitieron lo que tenían que haber hecho, los que no se fijaron o los que voltearon para no ver. Sin embargo, nos cuesta más hacer el esfuerzo por prevenir, no solo con mejores reglamentos, sino sobre todo con mejores valores. 

Hoy estamos en una cultura en la que, por un lado, se nos habla de respeto, de diálogo, de conciliación, de igualdad de oportunidades. Pero, por otro lado, se promueve la prepotencia a costa de los otros, el sobresalir sin importar a qué precio, el liderazgo entendido como tiranía sobre los demás. Todos somos hijos de esta generación que, por desgracia, se caracteriza por la violencia en muchos de sus campos. Ante el prepotente la respuesta es la fortaleza del bien que se hace respetar con la justicia. Como leí hace poco en una columna periodística: Lo que está pasando tiene que ver con la indolencia; en que estamos verdaderamente olvidando el dolor de los demás; en que la violencia está siendo ahora la nueva distracción nacional.

Si queremos acabar con el acoso escolar tenemos que empezar por respetar la familia, para que la familia se respete y enseñe el respeto ¿Qué es lo que sucede en la casa de un "buleador" o, mejor dicho, de un acosador violento? ¿Qué es lo que se le ha dicho, lo que ha visto, los comportamientos que se le han reforzado? Creo que ante este tipo de hechos no solo tendríamos que ir a responsabilizar a los maestros que no vieron o a los muchachos que agredieron. Creo que tendríamos que ir a los hogares de los que provienen para sanarlos, para ayudarlos pues en México, por ejemplo, el 65% de los niños ha sufrido algún tipo de violencia, y lo más patético es que de ese total, el 70% lo ha vivido en el lugar en que deberían de estar más seguros, en su propia casa. Creo que tendríamos que revisar qué es lo que los jóvenes están viendo, jugando, o estableciendo como modelo de sus aspiraciones. No podemos seguir mirando para otro lado, porque el precio es demasiado alto. No basta con llorar y rezar por Héctor y su familia.

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