martes, 16 de abril de 2013

UN NIÑO DE SETENTA AÑOS



El pasado seis de abril, se cumplieron los setenta años del nacimiento de un miembro de una casa real muy especial, pues es la casa real que vivía en la imaginación de Antoine de Saint-Exupery y no me refiero a otra persona sino al Principito, fruto de la cabeza y del corazón del autor francés que tanto ha influido en muchos de nosotros. Además, como estamos en el mes del niño, vuelve a ser una magnífica oportunidad el releer esas maravillosas páginas, que nos cuentan la historia de ese niño de otro planeta que vino a la tierra a contarnos como era él y a que nos preguntemos cómo somos nosotros. El Principito nos enseña tres verdades fundamentales para la vida, reflejadas en los tres grandes mundos en los que transcurre su aventura: Su planeta, que es la vida de cada uno, los seis planetas por los que viaja, que representan los diversos tipos de seres humanos, y la tierra, donde conoce el valor más significativo del ser humano, que es la amistad. 

Seguramente, todos recordamos que el planeta del Principito tiene una rosa, a la que nuestro protagonista cuida con gran celo para que los baobabs, esos gigantescos arboles, no crezcan hasta el punto de destruir su mundo con sus raíces y, con ello, matar también a su rosa, o de los volcanes, que hay que deshollinar todos los días. Baobabs que son problemas que hemos de arrancar cuando todavía son pequeños para que no nos destruyan y volcanes que son tareas rutinarias, esas que hay que llevar a cabo, aunque a veces no sean tan brillantes. Luego, están los habitantes de los planetas, cada uno con su personalidad, pero todos, en el fondo, personajes sometidos a cumplir tareas que dan a la vida un sentido que nunca llena el corazón, solo llenan el tiempo. Estos personajes nos hacen ver que, en la vida, nunca hay que olvidar lo que se es, en medio de lo que se hace. Finalmente, en la tierra, aparece el zorro, que será para el Principito el maestro de una virtud que no había podido descubrir en su planeta: la amistad. El diálogo sobre la amistad que nos regala Antoine de Saint-Exupery es uno de los más trascendentes de la literatura occidental por su sencillez, hermosura y profundidad. 

Cada página del libro del Principito está llena de lecciones que nos sirven para nuestra vida, pues, con frecuencia, los cuentos infantiles contienen verdades que pueden ser guías de cómo los adultos nos debemos comportar para mantenernos auténticos. En sus conversaciones con el Principito, el narrador revela su visión sobre la vida humana y la profunda sabiduría que nace de la sencillez propia del corazón de niño, algo que podemos perder con el paso del tiempo y el choque con las circunstancias. Ciertamente, no se trata de ver la vida con ingenuidad, que eso solo lleva a la amargura y a la decepción, sino de no perder la esencia interior de uno mismo. Se trata de ver la vida desde lo que vale de verdad, no desde lo que nos permite sobrevivir, sino desde lo que nos hace VIVR con mayúsculas. Esa es la gran lección del Principito, que, en medio de una época en la que solo vale lo que es útil, lo que tiene un precio, lo que se compra y se vende, seamos capaces de mantener nuestros valores, o como diría el Principito, de mantenernos responsables de la rosa que la vida ha puesto en el planeta de nuestra existencia.

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