lunes, 9 de abril de 2012

HOY INVITO A JOSE DE JESUS CASTELLANOS (Estado laico y libertad religiosa, dos caras de una realidad)

El primer viaje del Papa Benedicto XVI a México y Cuba fue breve pero rico en significado. Vino, sí, como pastor a reavivar la fe, para alentar la esperanza y promoverla caridad de los creyentes. También vino a traer mensajes de aliento en medio de las dificultades de nuestros pueblos. Ha venido a reafirmar y cosechar los frutos sembrados durante las visitas del Papa Juan Pablo II quien, como lo dijo expresamente el Papa Benedicto XVI, hubiera querido visitar el templo a Cristo Rey edificado en el cerro del Cubilete. Los fervientes deseos de Juan Pablo II de estar en el Cubilete no se vieron satisfechos por los tiempos que se vivían y los vientos que soplaban, tanto fuera como dentro de la Iglesia, que veían en el monumento a Cristo Rey el recuerdo de tiempos difíciles de persecución, de martirio y de defensa violenta de la libertad religiosa. Hasta hace algunos años, el grito de ¡Viva Cristo Rey! Evocaba tiempos de guerra. Hoy es un desafío para construir una sociedad mejor en nuestra Patria. Por ello no fue de extrañar que en la misa celebrada por el Papa en el Parque Bicentenario, al pie de la Montaña de Cristo Rey, estuvieran presentes no sólo miles de católicos, sino autoridades y dirigentes políticos de todas las corrientes. Por algo coincidió con los tiempos de las reformas constitucionales que han establecido el Estado Laico y la libertad religiosa como dos caras de una misma realidad, donde la autonomía del Estado y de la Iglesia conviven en sus respectivos campos, con opciones de una laicidad positiva que enriquezca a la nación.

La libertad religiosa, dijo el cardenal Tarsicio Bertone, al recordar los XX años de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, permite recordar que Estado e Iglesia "tienen la común tarea, cada uno desde su misión específica, de salvaguardar y tutelar los derechos fundamentales de las personas. Entre ellos, destaca la libertad del hombre para buscar la verdad y profesar las propias convicciones religiosas, tanto en privado como en público, lo cual ha de ser reconocido y garantizado por el ordenamiento jurídico. Y es de desear que en México este derecho fundamental se afiance cada vez más, conscientes de que este derecho va mucho más allá de la mera libertad de culto. En efecto, impregna todas las dimensiones de la persona humana, llamada a dar razón de su propia fe, y anunciarla y compartirla con otros, sin imponerla, como el don más preciado recibido de Dios."

Ciertamente quedan rescoldos del jacobinismo en nuestro país, según pudo apreciarse en la apretada votación que permitió en el Senado la aprobación de las reformas al artículo 24 de la Constitución, pues no saben distinguir ni las nuevas realidades ni la claridad doctrinal con que la Iglesia ha señalado su misión y su respeto por la autonomía de la política. Sin embargo, también ha reivindicado para ella su derecho a dar orientaciones morales en este campo. Por ello y en los tiempos electorales que vivimos, vienen como anillo al dedo sus palabras cuando llama a que "la actividad política sea una labor encomiable y abnegada en favor de los ciudadanos y no se convierta en una lucha de poder o una imposición de sistemas ideológicos rígidos, que tantas veces dan como resultado la radicalización de amplios sectores de la población". Y es que en todos los tiempos hay quienes tienen ojos, pero no ven y oídos, pero tampoco oyen.

Bien dijo el Papa Benedicto, a propósito de toda Latinoamérica representada por los obispos presentes en la catedral de León, que la fe católica ha marcado significativamente la vida, costumbres e historia de este Continente. Nuestra historia tiene profundamente marcadas las huellas de misioneros que en los momentos del nacimiento de nuestras naciones, "lo dieron todo por Cristo, mostrando que el hombre encuentra en él su consistencia y la fuerza necesaria para vivir en plenitud y edificar una sociedad digna del ser humano, como su Creador lo ha querido". El Papa Benedicto XVI precisó la raíz y significado de la realeza de Cristo en las dos coronas de su monumento: una de soberano y otra de espinas, recordando que su reinado "no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario sea un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad." Con esa visión, pidió el Papa, debemos resistir a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente, así como superar el cansancio de la fe y recuperar la alegría de ser cristianos, confiados que el bien, finalmente, vence al mal.
Escrito por José de Jesús Castellanos | 09 de Abril de 2012para YOINFLUYO.org

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