lunes, 9 de abril de 2012

BUSCANDO VIVIR LA PASCUA

Comienza la Pascua, el tiempo más fuerte de todo el año y, sin embargo, el tiempo más olvidado por todos los católicos. Es como si el esfuerzo hecho durante la cuaresma y la semana santa, concluyese en una pereza espiritual que pierde el tesoro que se había ido acumulando. Como si un atleta, que lleva entrenando para su competición durante mucho tiempo, al llegar a la pista de carreras, se diera media vuelta y dejase la competición para la que se había estado preparando. Algo si nos pasa a los cristianos: Abandonamos apenas al iniciar. Sin embargo, la pascua tiene una pedagogía muy interesante que se puede convertir en un magnifico encuentro con Cristo en la propia vida. Todo comienza con la octava de Pascua, la primera semana después del domingo de resurrección. En este tiempo, la iglesia nos traza una línea continúa a lo largo de toda la pascua: la línea del encuentro con Cristo resucitado, pues en todos los evangelios de estos días se nos invita a reflexionar en las apariciones que tuvieron los discípulos del Señor Resucitado. Es la experiencia inicial, de la que nace todo lo que tenemos que decir de Jesucristo. De ella, nace el testimonio de los apóstoles que formarán la comunidad de los discípulos de Jesús: la Iglesia. De esa experiencia nace la visión hacia atrás que permite entender de modo nuevo la vida de Jesús. De esa experiencia inicial nace la fuerza para ser, primero entre los judíos y luego entre los gentiles, discípulos de Jesús. 

Pero nace la pregunta de cómo hacer nuestra esa experiencia. El evangelio del domingo siguiente a pascua, el evangelio de  la aparición a Tomás, nos lo dice con la última bienaventuranza del evangelio: “dichosos los que sin ver creyeron”. De este modo, se nos abre la posibilidad de vivir lo que los discípulos vivieron, para que nosotros, los cristianos del resto de la historia, podamos encontrarnos con Jesús. Como guía para este encuentro, la liturgia nos propone el evangelio de San Juan, el evangelio de la fe, el evangelio de los signos. De la mano del cuarto evangelio, vamos haciendo nuestra la posibilidad de encontrarnos con Jesús.

El primer paso de este encuentro es el bautismo, que nos hace nacer de nuevo del agua y del espíritu, como dice el capítulo tres de San Juan. Del bautismo pasamos a la eucaristía, lugar donde la presencia real de Jesús nos permite hacer una experiencia viva de él. De este modo, a mitad de la segunda semana de pascua, se comienza a leer el capítulo seis de San Juan, el así llamado discurso del pan de la vida, que se prolonga hasta terminar la tercera semana de pascua. La cuarta semana de pascua nos da dos piezas más para completar nuestra experiencia: Jesús es el Buen Pastor, en el capítulo diez de San Juan, y es la luz del mundo, como nos dice el capítulo doce. A partir de este momento, los evangelios entran en los discursos de la última cena. Discursos que recorren el significado de nuestra relación con Jesús: Jesús quiere ser nuestro amigo, mostrársenos plenamente, darnos su vida, su amor y su espíritu, el Espíritu Santo. Porque el encuentro con Jesús no es exterior a nosotros, sino un dinamismo vital interior, que lleva a cabo el Espíritu Santo.  

De este modo, llegamos, en el sábado antes de Pentecostés, a la última aparición que San Juan nos deja en su evangelio, la que tuvo lugar junto al lago de Galilea. Aparición que resume el resto del evangelio, al presentarnos la misericordia, la eucaristía, y, sobre todo, el llamado a identificarnos por la fe con el Jesús vivo que hemos encontrado a lo largo de la pascua, a través de la última palabra de Jesús en el evangelio de Juan: SÍGUEME  Vivir así la pascua es abrir la posibilidad de que estos cincuenta días no caigan en el vacío, sino que dejen en nosotros el sabor maravilloso de habernos encontrado con el Señor que buscábamos en la cuaresma, con el que fuimos solidarios en su pasión y muerte en la semana santa. El que encontramos vivo el Domingo de Resurrección. El sabor maravilloso de que esta con nosotros todos los días de nuestra vida

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