viernes, 23 de marzo de 2012

EL PAPA DUERME EN LEON

El papa ya descansa en León, Guanajuato, el corazón de México. Hoy ha sido un día lleno de emociones en los que la gente de esta maravillosa ciudad se ha volcado como un solo corazón para recibir a este peregrino de la esperanza que atravesaba sus calles. Y es que el inicio de la visita de Benedicto XVI ha sido un momento en que el Papa nos ha dejado la esencia de su visita: Peregrino de fe, esperanza y caridad para devolver al ser humano su conciencia de dignidad. Escuchar esto es lo que necesitábamos. Mientras que el presidente de la república, Felipe Calderón, dibujaba su perspectiva de la actualidad mexicana, el Santo Padre nos regalaba un programa de trabajo basado en una visión renovadora del ser humano.

El inicio del camino es volver a dar a Dios su lugar en la vida del ser humano, porque eso es la verdadera fe. La fe que debe revitalizarse para que se muestre en la coherencia de la vida, y así construir, siendo fermento en la sociedad, una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad. Cuando se tiene esta fe, aparece la esperanza, que no consiste en ver la vida de color de rosa, sino en tener la fortaleza para enfrentar la difícil realidad con certezas en el corazón. La esperanza que ofrece la certeza de encontrar a Dios y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Una esperanza que cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia. Y esa esperanza se hace caridad, de modo particular caridad para con los necesitados, caridad para con los pobres, compromiso con los que a mi lado requieren de mi cercanía y apoyo. Caridad que es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación, sin que nadie quede excluido por su origen o creencias, colaborando gustosa con quienes persiguen estos mismos fines, haciendo el bien a través de muestras concretas de amor auténtico. Fe, esperanza y caridad tres virtudes antiguas, que retoman sus colores en la palabra de Benedicto XVI al pueblo de México.

Después de todo esto, vino el abrazo, el abrazo del Papa a México, manifestado en su encuentro cercano, cariñoso, cuidadoso con niños y enfermos en el aeropuerto de Silao y con un pequeño grupo de enfermos en la puerta del colegio Miraflores. El abrazo de México al Papa, en todas las calles de León por las que el papamóvil se convertía en la seguridad de una esperanza que se veía cumplida. Las porras, olas, cánticos, eran el sostén de millares y millares de personas que esperaron con paciencia, al rayo del sol, a que el papa cruzase delante de sus ojos. No eran acarreados de un partido político, ni eran fanáticos de un cantante de moda o de un equipo campeón de algún trofeo. Eran jóvenes, niños, ancianos, hombres, mujeres que encontraban en el hombre vestido de blanco que pasaba ante ellos, el motivo para recibir la bendición de Dios, el motivo para seguir esperando. Así la comitiva papal se fue acercando a la residencia donde se hospedará el papa en estos días en León, el colegio Miraflores. En un ambiente de familias completas, la mayoría de ellas miembros de esa comunidad educativa, la llegada del papa produjo una intensa emoción. En la sonrisa que llenaba su rostro al bajar de su coche, se veía no el cansancio de catorce horas de avión, ni los ochenta y cinco años casi cumplidos, se veía la satisfacción de saber que le estaba haciendo un gran bien a todo un pueblo, a millones de mexicanos y de latinoamericanos que ven en su figura la esperanza para poder seguir respirando en un ambiente de inseguridad y disgregación, para seguir mirando hacia delante con la seguridad de que el camino tiene una claridad, una certeza que parecía haberse difuminado. Después el papa cruzó el umbral de la puerta de su residencia y todos quedaron felices por lo que habían vivido. Esta noche el papa duerme bajo el cielo de México, arropado por la mirada satisfecha de la madre de todos, la virgencita que nos cuida desde el cerro del Tepeyac.

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