jueves, 2 de febrero de 2012

MEDITANDO EN LA CANDELARIA

El día dos de febrero se celebra la fiesta de la Candelaria, una fiesta que tiene muchas resonancias en su celebración. Ahora quiero fijarme en el relato del Evangelio de San Lucas (2,12-20) El día dos de febrero  es el día cuarenta desde la Navidad, y según la ley de Moisés María tenía que acudir al templo de Jerusalén para purificarse del parto de Jesús. Además, Jesús es el primogénito de María, por lo cual según la ley de Moisés, no pertenecía a sus padres, sino a Dios, por lo que como todas las primicias, debía ser sacrificado en el templo. Sin embargo, dado que en la religión judía no había sacrificios humanos, los primogénitos eran rescatados, es decir, se ofrecía a cambio un sacrificio de animales. Si la familia no era rica tenía que ofrecer un par de tórtolas o dos pichones. Esto es lo que José y María hacen con el Niño. La presentación de Jesús entra dentro de los misterios de la vida de Cristo como una profecía de lo que será el cumplimiento de su misión entre los hombres. La vida de Cristo es una especie de continuo, desde su nacimiento hasta su resurrección, el continuo de su ofrenda por la humanidad. Jesucristo nos es dado para nuestro rescate, para el rescate de todas las esclavitudes a las que estamos sometidos los seres humanos, como escribe san Pablo en su carta a los gálatas, en que resalta que Jesús quiso nacer bajo la ley para hacernos libres de la ley.
Asimismo, esta escena tiene un segundo elemento muy importante. El evangelio nos presenta a un personaje de nombre Simeón, que al tomar en sus manos a Jesús profetiza, es decir habla en nombre de Dios a los que ahí se encontraban. Su profecía tiene un doble destinatario. Por un lado se dirige a Jesús, al que describe como la salvación que él esperaba según la palabra de Dios (curioso que Jesús significa Dios salva y Simeón significa…el que escucha las palabras de Dios!!!!) y lo señala como Luz que ilumina a los gentiles en un recuerdo del profeta Isaías (a su luz caminaran las naciones y los pueblos al resplandor de su aurora Isaías 60,3) y como Gloria de su pueblo Israel (una forma de decir que Jesús es la presencia de Dios en su pueblo). De este modo Simeón anuncia al niño como el cumple la palabra de Dios para todos los pueblos de la tierra. Jesús viene a cumplir la ley y, al mismo tiempo, viene a convertirse en luz de todas las gentes, sean judíos o no. Pero esto no es gratis. Esto pasa por un misterio de dolor que ya se preanuncia en las palabras de Simeón. Ahora es María la que tiene que escuchar lo que su hijo va a ser. El niño es rescatado ahora, pero llegará un día en que no lo sea. El día en que sea levantado como una bandera discutida en el calvario, el día en que su muerte y su resurrección dividan a los seres humanos y muestren lo que hay en el corazón. De esta entrega participará María, a la que se le anuncia una espada que atraviesa el corazón, es decir un dolor de muerte, pero en María no será un dolor físico, sino el dolor de la oscuridad para seguir creyendo ante el misterio de la pasión de su Hijo. Hoy Jesús entra en el tempo de nuestra vida, lo podemos recibir como Simeón, y podemos como María permitirle que nos comparta el misterio de amor que vino a enseñarnos con su humanidad. 

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