lunes, 23 de mayo de 2011

¡EL MUNDO SE ACABA! ¿O COMIENZA?



Cuando leí la noticia sobre el fin del mundo, no podía dar crédito a la convocatoria que este anuncio generaba. Que ciertos medios den estas informaciones sin sustancia, lo entiendo. Pero que la gente se lo crea, hasta cambiar su vida, no deja de sorprenderme. ¿Por qué la credulidad se presenta con la máscara del ahora sí, y la gente cae en las mismas trampas? Estos predicadores de desgracias solo generan escepticismo, y vestidos de cristianismo, o de cualquier otro tipo de pseudociencia, los vemos sumar y restar los números del apocalipsis de san Juan para acertarle a la quiniela del día final. O le hacen a los pobres mayas decir cosas que nunca se les ocurrieron. Los anunciadores de desgracias luego pondrán una nueva fecha para otra supuesta catástrofe. Esa fecha llegará, y pasará a ocupar un lugar un poco más remoto en el calendario. Cada día es el inicio y el fin del mundo. Cada día nos regala veinticuatro horas que llegan como las olas del mar, para que las aprovechemos antes de que se regresen al océano del tiempo transcurrido. Yo creo en el fin del mundo, pero el de un tiempo que tengo que saber aprovechar. Cada día empieza mi mundo y cada día termina. Como cada día empieza el mundo para millones de bebés concebidos en el seno de sus madres y cada día termina para millones de personas que cierran el libro de su existencia.

Alguien le pregunto una vez a Jesús sobre el fin del mundo y él respondió que eso no nos tocaba nosotros saberlo. Que a nosotros nos tocaba trabajar, no por el fin del mundo, sino por el presente de nuestro mundo. Eso es lo que tenemos que hacer. El fin del mundo no es responsabilidad nuestra. Es responsabilidad de Dios. El presente del mundo sí es responsabilidad nuestra y es a lo que nos debemos dedicar: a hacer mejor nuestra familia, a hacer más honesta nuestra sociedad, a hacer más eficaz nuestro trabajo en sus diversas facetas. Las fechas del fin del mundo son un espantajo para sacar de nuestro corazón la fe, la esperanza, el amor. La fe, porque nos pinta un dios tan horrible que es imposible creer en él y una humanidad tan degradada de la que es mejor desconfiar. La esperanza, porque nos propone un mundo que no se puede mejorar, nos amenaza con que los seres humanos no podemos cambiar, porque la única solución es la destrucción. El amor, la capacidad de donación, se destruye cuando nos hacen pensar en nuestro ombligo, cuando el miedo es la fuerza que dirige la vida, cuando nos secan el brillo del enamoramiento en la mirada, porque lo único que significa algo es que todo se va a acabar.

Alguien dijo que al final de la vida se nos preguntará por el amor. Se nos preguntará si el mundo en que vivimos lo llenamos de amor a los nuestros, a los que se nos cruzan en la vida, a los que son un regalo para nosotros. O si al contrario, lo llenamos de mediocridad, de desconfianza, de encerramiento en nuestros egoísmos, sean del color que sean. Mañana, y pasado mañana, cuando el mundo siga sin acabarse, miremos con ojos nuevos nuestro entorno, aunque sea miserable, miremos con ojos nuevos a los nuestros, aunque sigan teniendo la misma cara cansada, miremos con ojos nuevos a quienes nos encontramos, aunque sus rostros tengan la misma pesadez de todos los días. Porque el mundo no se acaba. El mundo comienza cada día en tus ojos nuevos, en tu corazón nuevo, en el tiempo que en tu vida se mide con amor.

1 comentario:

Maria Cristina Gonzalez dijo...

Querido P. Cipriano, como siempre mil gracias por su comentario lleno de sabiduria y recordandonos los pilares de la vida fe, esperanza y amor, que Dios lo colme de bendiciones en esta Navidad y siempre, mil gracias por la tarjeta que me llena de alegria, un abrazo con carino