lunes, 24 de enero de 2011

UNA ETICA PARA SILVIO (Y NO SOLO)

Recientemente en Italia se ha desatado un escándalo a causa de la vida privada del primer ministro de aquel país, Silvio Berlusconi. Quizá algunos recuerden que este personaje político celebraba fiestas con alto contenido sexual. La bomba estalló cuando parece que una menor de edad estuvo de invitada, me imagino que activa, en una de estas fiestas. A la guerra de Berlusconi se han sumado opiniones de todo género y parecería que es una maniobra política del tipo, todos lo hacemos, pero sólo sacamos tus trapos al sol ya que, en realidad, da igual cómo nos comportemos de puertas adentro, si no nos portamos mal de puertas afuera. Pero el fondo parece estar en que el primer ministro de un país se comporte inmoralmente y lo haga con una menor. Sin embargo, yo creo que lo que brota aquí es la eterna pregunta sobre si los dirigentes de una sociedad en lo civil, en lo político o en lo religioso, tienen una mayor responsabilidad que los demás en su comportamiento, tanto público como privado. ¿Es posible una moralidad pública sin una moralidad privada? ¿La vida privada de alguien, cuyo actuar tiene repercusiones públicas, esta llamada a un más alto estándar moral, precisamente por la responsabilidad que tiene para con los demás? Se podría decir que no, y pretender una absoluta separación entre la conciencia personal y el desempeño exterior.
Pero cuando aplicamos esto a la vida diaria vemos que el modelito no funciona. ¿Puede decir un padre de familia: “yo veo pornografía” o “yo robo en mi trabajo” o “yo me enredo en alguna adicción" y pensar que no tendrá ninguna consecuencia en sus responsabilidades familiares? La respuesta a largo plazo es: NO. La vida privada, de un modo o de otro, acaba pesando en las decisiones que se toman. A veces, es cierto, que una persona puede llevar una doble vida durante un tiempo, pero tarde o temprano esa doble vida sale a la luz, y entonces toda la calidad moral de sus decisiones anteriores (políticas, sociales, religiosas) se ve cuestionada porque nunca se sabe cuál es la fuente real de las decisiones que se tomaron, la sinceridad de las intenciones, la rectitud de los juicios, la autenticidad de las elecciones.
Nadie pide que los políticos sean santos, ni que lo sean los líderes sociales, me atrevería a decir que ni los líderes religiosos. Pero todos pedimos que quienes nos dirigen sean éticos. Es decir, que, en lo privado y en lo público, luchen por reconocer la verdad, por escuchar su llamada y por encontrarla. Porque si ellos no lo son, se debilita la fe de todos en que el bien merece la pena, se socava el funcionamiento de toda la sociedad, con familias incluidas. Es importante separar lo privado de lo público, pero es también muy importante que la sociedad y sus líderes reencuentren sus raíces espirituales y morales, para dar una nueva consistencia a los valores éticos en la práctica.
Y por nuestra parte, cuando veamos que nuestros líderes son inauténticos en sus valores sociales o religiosos, sintámonos comprometidos a exigirles congruencia y seamos firmes para vivir nuestros principios y valores. Porque, al final de todo, de muy poco nos sirve lo que sean los líderes sociales si nosotros no somos auténticos, pues de ello no depende la política del estado, pero sí la salud de nuestra familia. Que es lo que a la hora de la hora cuenta para nosotros.

No hay comentarios: