lunes, 18 de octubre de 2010

YO QUIERO SER FAMOS@... NO ME DIGAS EL PRECIO

Son preocupantes los modelos que estamos ofreciendo a nuestros jóvenes, cuando les ponemos, delante de los ojos, los hombres y mujeres famosos que llenan los programas de televisión. Es normal que veamos la fama a la que han llegado, pero no lo es tanto el que percibamos el duro, durísimo trabajo que les ha costado llegar hasta ahí a quienes valen de verdad. Para muchos (incluidos nuestros jóvenes), la fama es la posibilidad de estar expuesto al conocimiento público, que todos te reconozcan por la calle, que tengas una serie de bienes que los demás no pueden tener. Peor aún, como comentaba una articulista española: Lo que quieren es ser peinadas, maquilladas, vestidas a la última y sentadas en un plató de televisión para ganar un montón de dinero sin más preparación o esfuerzo que lo poco que se requiere para criticar a otros famosos, contar alguna intimidad propia y luego, en la calle, ser perseguidas por paparazis y fans.

Es para que se enchine la piel (que se te ponga la piel de gallina dicen en España) el que haya una persona en este mundo que quiera ser eso, porque implica una gran superficialidad, y sobre todo porque implica abandonar la posibilidad de ser una persona que llene su vida de sentido y que no se venda al mejor postor de lo que los medios nos echan para comer cada día. Famosos y famosas que buscan que su nombre esté en la boca de todos, que todos hablen de ellos, aunque sea mal, que sean quienes imponen determinadas frases en la conversación diaria (como la famosa “yo por mi hija… ma…to” de un personaje de la farándula española.) Frases que todos repiten sin darse cuenta de la tragedia vital que existe detrás de cada uno de los rostros que salen tremendamente maquillados a las pantallas de la televisión o de las revistas.

¿Qué podemos hacer para que eso no suceda? ¿Qué hemos hecho para que no suceda? Cuando los programas de la frivolidad son nuestro tema normal de conversación, cuando los héroes de un sentimentalismo superficial son nuestra admiración (y sobre todo qué guapo está), cuando en la vida tenemos más apariencia que contenido, es para preocuparse, porque eso lo estamos sembrando a las siguientes generaciones. Ciertamente, no hay que caer en un espíritu de traje de luto, que va por la vida con la cara chupada y arrugada de seriedad. Pero, cuando junto a estas distracciones, no inculcamos una seria cultura del trabajo, del esfuerzo, de la austeridad, de la renuncia, de la superación intelectual, física y moral, estamos preparando generaciones de cabezas vacías, para que enfrenten un mundo de alta exigencia de contenido interior. Estamos preparando el fracaso, y en el mejor de las casos una altísima frustración.

Porque, al fin y al cabo, la vida se vive con el esfuerzo por levantarse cada día a trabajar, con el salario ganado con el sudor de la frente, en la lucha por no quedarse atrás en el puesto de trabajo, en la batalla diaria por preparar mejor a la siguiente generación, en la fortaleza ante la enfermedad. Lo que nosotros los adultos, propongamos como modelos, es lo que los jóvenes van a tomar como camino. Así que cuidemos a quien aplaudimos, no sea que un día nuestros hijos sean como uno de esos, que son sólo pañuelos desechables para la televisión.

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