domingo, 29 de agosto de 2010

CONSTRUCTORES DE DESIERTOS

"Máxima de la Rata No. 9": sólo hay dos tipos de gente. La gente anormal y la que todavía no conoces bien. Stephan Pastis

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Una señora me comentaba su inquietud porque una de sus nietas no pensase “como nosotros”. Esta señora es todo menos anticuada, es simpática, es clara, es querida por sus nietos, y, de vez en cuando, se le escapa una grosería. No se escandaliza por nada de lo que ve y oye en el mundo de hoy. Pero se le hace raro que una de sus nietas vea normales ciertos comportamientos, cuando lo que había recibido es claridad de criterios y apertura de mente. Yo reflexionaba cuando regresaba a mi casa, sobre qué es normal, qué es natural, qué es habitual, y qué le pasaba a nuestra generación para ver normal y natural lo que es quizá habitual. No quiero jugar con la semántica, sino entender cómo vemos normal o natural lo que es habitual. Me explico. Normal, es lo que está de acuerdo con una norma. La mayoría de las veces, normal es lo mismo que natural, pues sigue las reglas de la naturaleza, que nos hacen normales: Es natural que el ser humano digiera a través del esófago, y es normal que para comer tengamos que abrir la boca. Es normal y natural que los seres humanos tengamos dos orejas, o dos manos. Pero, a veces lo habitual, se forma de fracturas con lo natural. El que haya agresiones entre los seres humanos, o despojo al débil, o abuso sobre el que no se puede defender puede ser habitual, pero no es normal, ni mucho menos, natural.

En las relaciones humanas esto es un poco menos claro, pues entra también la libertad, provocando situaciones en las que lo habitual brinca los márgenes de la norma o de la naturaleza: es natural y normal que un hombre y una mujer se enamoren, se complementen y prosigan la especie humana, formando una familia. Sin embargo, vemos muchas alteraciones a esta regla, como madres solteras o abandonadas, o abuelas que tienen que educar a sus hijos solas por la ausencia de los papás, o parejas que conviven sin haber establecido entre ellas un compromiso definitivo, o personas del mismo sexo que buscan llevar una relación estable. Estas realidades se están haciendo habituales. ¿Son naturales y por lo tanto normales? El problema no es que se produzcan, sino en que al considerar normal lo que es habitual pretendemos modificar la naturaleza.

En la ecología, el mal uso de la libertad ha generado graves daños. Y estamos intentando tener un mejor planeta, más normal, más natural. ¿No tendríamos que hacer esto en el campo de las relaciones entre nosotros? Si la libertad humana es irresponsable en el trato con la creación y no lo vemos normal, ¿por qué vemos normales ciertos comportamientos en el trato con otros seres humanos o con uno mismo?

La inquietud de mi querida anciana es la de muchas personas, que ven derrumbarse los glaciares de la fidelidad conyugal, o deforestarse los bosques de los valores en la convivencia cívica, o desaparecer las especies de seres humanos íntegros. Todo esto pasa porque nos permitimos admitir lo habitual como natural. Porque nuestros ojos, de tanto ver arena, se han olvidado de que existen árboles. ¿Podremos todavía hacer algo en nuestros corazones, y en los de quienes dependen de nosotros? Por lo pronto no dejemos de dar a cada cosa su nombre, sin señalar, sin culpar, pero sin esconder a nuestra inteligencia que nunca podemos hacer habitual lo que va contra nuestra propia naturaleza. O todo será un desierto.

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