miércoles, 2 de octubre de 2013

DOS JUANES... DOS SANTOS



Muchos nos llenamos de alegría cuando, este pasado lunes, el Papa Francisco anunciaba la fecha de canonización de alguien muy querido por los católicos: Juan Pablo II. El Papa Francisco unía al pontífice polaco con la figura de otro Papa muy querido, el Papa bueno, Juan XXIII. De este modo, la Iglesia católica honra, de modo conjunto, a dos grandes hombres: el que comenzó el Concilio Vaticano II, y el que dedicó su pontificado a ponerlo en práctica. Hombres que trabajaron en una de las misiones más importantes de la Iglesia: promover la paz entre las naciones y la dignidad de la persona humana.

Cuando la Iglesia canoniza a alguien, significa que reconoce la importancia de esta figura para los católicos, y por eso manda que su fiesta se celebre en toda la Iglesia, normalmente el día de su muerte o en un día significativo para el nuevo santo. Además, la Iglesia reconoce que esa persona goza de la plena visión de Dios y que es un válido intercesor de nuestras necesidades. Por eso, normalmente, es necesario un milagro, prueba de que Dios escucha las peticiones que se hacen a través del santo. 

Para la mayoría de los católicos, la canonización de Juan Pablo II confirma que el cariño por el Papa polaco era señal de la grandeza de alma de este hombre, que viajó por todo el mundo para llevar un mensaje de esperanza. Y en el corazón de los católicos permanece imborrable la sonrisa del Papa Juan que, con su bondad inspirada, encaminó a la Iglesia al encuentro con el mundo contemporáneo. 

El 27 de abril del próximo año, Roma vivirá un terremoto de peregrinos. Pero, lo más importante, es que estos dos hombres nos inspiren a poner lo mejor de nosotros en la vida. Cada ser humano tiene sus circunstancias y tiene sus posibilidades. Un santo es quien pone ambas cosas al servicio del bien.

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