domingo, 24 de marzo de 2013

(COMPARTIENDO) EL REY DE RAMOS



Comenzamos la semana santa hoy, domingo de ramos. Comienzo contradictorio, porque presenta dos signos opuestos. La misa comienza con una celebración festiva. Con ramos en nuestras manos, escuchamos el evangelio de la entrada de Jesús a Jerusalén. Este momento, más que un simpático acto folclórico, es una verdadera profesión de fe en Cristo victorioso. Así entramos a la iglesia: proclamando que Cristo es rey. Sin embargo, nada más sentarnos para escuchar lo que este rey nos dice, nos quedamos sorprendidos. Porque el mensaje es de derrota. Se habla de dolor, de humillación, de cruz, de abajamiento extremo. El evangelio nos narra la pasión, para terminar de dibujar el cuadro. El rey está en la cruz. El trono del rey es la cruz. Todo esto nos deja extrañados. Pues el modo humano de ver la victoria nunca es desde la cruz, es desde el resplandor, desde la euforia. Pero Jesús nos enseña otro modo de reinar. 

El evangelio nos presenta tres autoridades: la de Pilato, la de Herodes y la de los sumos sacerdotes. Los tres quieren reinar por la imposición a los demás, por las armas, por la política, por el mal uso de la religión. La confluencia de estos tres poderes, acaba por eliminar al rey verdadero. Frente a estos tres poderes, se levantan tres modelos humanos sin ningún poder: los que miran y acompañan sin poder hacer nada, el cireneo, que es obligado a llevar la cruz, y el ladrón condenado a muerte que pide a Jesús que le de un lugar en su reino. Estos tres tipos nos hablan de los seres humanos que nada pueden, los que están atados, los que no cuentan. En medio de ellos está Jesús. Un Jesús condenado a muerte y ejecutado y, sin embargo, un Jesús rey verdadero. Sus palabras en la cruz, como nos las entrega san Lucas, son señales de realeza: solo un rey puede otorgar el perdón (padre perdónalos porque no saben lo que hacen), solo un rey puede prometer un reino (te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso), solo un rey puede entregar su espíritu en plena libertad (padre en tus manos encomiendo mi espíritu). 

Jesús se nos presenta como rey en su trono, que es la cruz, porque es el lugar desde donde su amor se muestra, por un lado, más fuerte que los poderes de esta tierra (para que lo oigan los pilatos, herodes y jerarcas) y, por otro lado, capaz de dar esperanza a los que nunca han sido tomados en cuenta (para que se llenen de esperanza los cireneos solidarios, los acompañantes que solo pueden llorar y los ladrones que piensan que la condena es lo único que pueden recibir). Al final, las palabras del centurión romano desvelan la verdad de lo que hemos vivido el domingo de Ramos: en verdad este hombre es justo. El oficial del ejército de ocupación da la sentencia sobre el hombre que muere en la cruz: EL TENIA RAZÓN EL ES EL VERDADERO REY. Luego sigue la misa, normal, por así decirlo. Pero en el sacramento de la eucaristía que se ofrece en el altar, encontramos la fuerza para volver a casa con la certeza de que, como Jesús en la cruz, también en nuestro hogar, SERVIR ES REINAR Y REINAR ES SERVIR, y entregarse por los demás es el camino de triunfo que Jesús nos propone en cada semana santa. Donde parecía que había que elegir entre el camino de la humillación o el de la prepotencia, se nos muestra el camino del rey: la entrega de uno mismo por amor a los que tenemos en nuestra vida y en nuestro corazón.

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