sábado, 23 de marzo de 2013

A LAS PUERTAS DE LA SEMANA SANTA



Hoy sábado comienza , en cierto sentido, la semana santa. Vivir el misterio de Cristo en la Semana Santa no puede dejarnos iguales, tiene que convertirnos, no como un ejercicio de introspección egocéntrico para nuestra mejora personal, sino como una verdadera orientación hacia la persona de Jesús, haciendo que la contemplación de su vida irradie nuestra existencia y nos introduzca, a fondo en el misterio de la donación absoluta en la cruz, inundándonos con su gloria de Señor Resucitado. Esa es la única y posible verdadera conversión, fruto de la Semana Santa, la que nos orienta a Jesús. Cualquier otra conversión solo es un esfuerzo ético que no nos exime del riesgo de la autosuficiencia. Como decía Benedicto XVI: En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6, 4).  El misterio pascual de Jesús, que comprende su Pasión, Muerte, Resurrección y Glorificación, es el centro de la fe cristiana, porque el designio salvador de Dios se cumple con la muerte redentora de su Hijo, Jesucristo. Como decimos en la celebración de la eucaristía, el sacramento de nuestra fe es que anunciemos su muerte, proclamemos su resurrección, y esperemos su venida gloriosa: ven señor Jesús. De hecho, todo el misterio y la vida de Cristo se llevan a cabo en cada liturgia eucarística y, en cierto sentido, la Semana Santa es una “misa” prolongada a lo largo de siete días. 

La Semana Santa busca orientar nuestra vida a un amor que busca replicar el amor de Jesús por nosotros. Por eso, de la fe en los misterios que vivimos en la Semana Santa, se deriva la necesidad de un encuentro con Cristo que suscite el amor y nos abra al otro, como una consecuencia que se desprende de la fe, que actúa por la caridad”. Ahora bien, si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, nos dice San Pablo. Esta frase liga de modo indisoluble la resurrección de Jesús a nuestra salvación y al contenido de nuestra fe. Nuestra fe estaría vacía sin el misterio de Cristo resucitado, misterio, es decir, realidad visible y realidad invisible, que se encuentra insertado en el misterio pascual. El amor que Cristo nos manifiesta en su muerte y resurrección nos conquista y nos mueve a abrirnos de modo profundo y concreto al amor al prójimo. Como dice Benedicto XVI, “la fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor”.  Para dar continuidad a lo que la Semana Santa nos propone necesitaremos alimentarnos de dos fuentes: nuestro contacto con Dios y nuestro servicio al prójimo. A veces, podemos reducir el término “caridad” a la solidaridad humanitaria, olvidando que, para todo ser humano, es indispensable entrar en relación personal con Dios, como el aspecto más alto e integral de la promoción de la persona humana. Por eso, será importante que, a partir del domingo de Pascua, crezcamos en contacto con la palabra de Dios y con los sacramentos, y lo sepamos transmitir con nuestro testimonio, nuestra alegría y nuestra servicialidad, especialmente con los más cercanos a nosotros. 


En este encuentro personal con Cristo resucitado están el fundamento indestructible y el contenido central de nuestra fe, la fuente fresca e inagotable de nuestra esperanza y el dinamismo ardiente de nuestra caridad. Así nuestra vida cristiana coincidirá completamente con el anuncio: "Es verdad. Cristo Señor ha resucitado". Por tanto, dejémonos conquistar por el atractivo de la Resurrección de Cristo. Que la Virgen María nos sostenga con su protección y nos ayude a gustar plenamente el gozo pascual, para que sepamos llevarlo a nuestra vez a todos nuestros hermanos. (Benedicto XVI)

1 comentario:

Anague dijo...

Es muy común que mantengamos la doctrina de Cristo en el ámbito personal, de alguna manera egoísta, y como bien dice el verdadero amor a Dios se realiza en el prójimo, en la cercanía con el otro, en el servicio desinteresado, por lo que me hace pensar que ahora mas que nunca necesitamos maestros de servicio y amor. Gracias y saludos desde Tuxtla GTZ