martes, 22 de enero de 2013

PERDER PARIS, GANAR LA VIDA



El caso de Lance Armstrong se ha convertido en estos días en un tema de seria reflexión en el mundo del deporte, y entre todos los que se preocupan por una mejor sociedad. No es sencillo asimilar el que alguien que era modelo de deportista y de valores humanos ahora resulte haber engañado a todo el mundo. Miles de personas se vieron motivadas por el ejemplo de un hombre que no solo venció al cáncer, sino que además llegó a la cumbre del deporte. Esa motivación les llevó a superarse o, por lo menos, a aumentar su esperanza en la vida. Pero ahora el ídolo se cae, y con él se puede llenar el corazón de pesimismo o de escepticismo. Aparece la pregunta de ¿en quién se puede creer? y se corre el riesgo de que la respuesta sea en nadie. Llenarse de escepticismo es una de las tentaciones más fuertes que acosan al ser humano y una de las situaciones en las que uno no quisiera verse nunca. 
Si Lance Armstrong dice “usé sustancias prohibidas y lo hice para ganar” y no añade “estoy mil veces arrepentido y no sé si será suficiente”, asumiría una actitud de cinismo. Hoy confundimos honestidad con cinismo. El honesto es el que, reconociendo que ha hecho un mal, pide perdón por el mal hecho. El cínico es el que reconoce que está en una situación no correcta y sin embargo le da igual. El enemigo que venció al ganador de los siete Tours de Francia no fue la carretera, ni las dificultades físicas. El enemigo que lo venció fue su propio ego. De un sobreviviente del cáncer podemos aprender algo muy importante: no basta con sobrevivir a las enfermedades del cuerpo, la enfermedad más difícil de sobrevivir es la enfermedad del espíritu. Como dice el mismo Armstrong: «Aquel tipo (o sea él mismo) se sentía invencible, le dijeron que era invencible y de verdad pensaba que lo era. No me gusta ese tipo, pero ese tipo todavía está ahí hoy. No se me puede volver a ir la cabeza y sólo yo puedo controlar eso. De hecho, en el interior de cada uno de nosotros, está siempre presente ese enemigo, a veces más visible, o a veces más escondido. Ahora Armstrong sabe que su peor delito «fue traicionar a esas personas que me apoyaron y creyeron en mí». Es decir, lo peor que hizo fue romper la esperanza de los demás. 
Armstrong nos decepcionó a todos, como a lo mejor muchos de nosotros lo hemos hecho con los demás. Como dice el evangelio, nadie puede tirar la primera piedra y sería hipócrita que todos dijéramos lo malo que es Armstrong sin mirarnos nosotros mismos al espejo. Nadie puede decir que no comete errores, faltas o pecados. Pero quizá la única salida correcta es que cuando uno está dispuesto a reconocer la responsabilidad, también esté dispuesto a reconocer la culpabilidad. Es decir, reconocer que lo sientes y que si pudieras no lo habrías hecho. Hay un camino de salida y Lance lo tomó cuando se atrevió a decir delante de las cámaras del mundo que: «Estoy mil veces arrepentido y no sé si será suficiente». Nosotros sabemos que no es suficiente, pero que es el inicio de una nueva carrera en la que no ganará un “maillot” amarillo o una copa en los campos elíseos. Es el inicio de una carrera en la que se ganará a sí mismo y obtendrá, no sé si la admiración, pero sí el respeto de los que le aplaudían cuando, con trampa, subía al podio en París y hoy se sienten desanimados. Porque todos sabremos que, aunque hay un camino para construir el mal, también lo hay para recuperar el bien cuando se está dispuesto a perder París para ganar la vida.

1 comentario:

Eliza dijo...

Dejamos que el brillo de una copa, un logro material nos deslumbre y sacrificamos familia, principios y valores con tal de conseguirlo, sin darnos cuenta que perdemos mas, de lo que ganamos.