No hay necesidad de consultar los datos del INEGI para darse
cuenta que los divorcios son cada vez más numerosos y cada vez más precoces. No
es necesario ser sociólogos o psicólogos para revelar que la separación de los padres,
además de generar tanto sufrimiento en los protagonistas, golpea en lo más profundo
a quienes están cerca, porque afecta a toda la familia.
¿Por qué hoy día los matrimonios no duran? ¿Habrá algún modo
de sanar esta herida? ¿Existe en el mundo algo que ayude a los esposos a mantener
en el tiempo el encanto que al principio experimentaron y que garantice así un crecimiento
de la pareja juntos? Normalmente en los cursos de preparación al matrimonio viene
ilustrada ampliamente la cualidad del amor como una donación gratuita. ¿Pero quién
de los que hemos hecho un curso prematrimonial se acuerda de ello? Durante la luna
de miel, y un poco después, el enamoramiento está tan encendido y uno tan convencido
de la propia capacidad de amar, que no parece necesario sacar fuera ningún otro
recurso que no sea el sentimiento fuerte que hay el uno por el otro. El depósito
del amor está tan lleno que no hay necesidad de nada, ni de nadie… Pero ¿qué amor
es capaz de durar en el tiempo a pesar de los problemas y la rutina? ¿Qué amor puede
florecer de nuevo aún si se apaga? Sabemos que el enamoramiento es el principio
para formar una familia, pero también se sabe que esta llama que enciende el corazón
dura un año o máximo dos. Entonces es necesario transformar el enamoramiento en
amor.
La familia tiene su origen en el momento en el que dos esposos
manifiestan públicamente en el matrimonio su donación de amor de por vida. Pero
esa mujer y ese hombre no es que donen cualquier cosa, se donan ellos mismos, uno
al otro y para siempre. En esencia se prometen estas palabras: “Te amo y te amaré
por siempre. De hoy en adelante todo de mi te pertenece, es decir, lo que soy y
lo que poseo: soy y seré todo tuyo(a) en el amor y en la fidelidad. Aún ante cualquier
imprevisto viviré para ti, para darte amor, hacerte feliz y tener contigo hijos
como testimonio vivo de nuestro amor”.
Para muchas parejas este momento inicial permanece para siempre
como un recuerdo luminoso. Para otras, por el contrario, con el transcurso del tiempo,
la ceremonia nupcial tan sólo evoca una sucesión de rituales en los que la emoción
ha jugado toda su parte. Sin embargo, el matrimonio es un acuerdo entre personas
de tal forma vinculante, que no existe sobre la tierra ninguno otro igual. Obliga
sobre el plano natural y aún más si viene subscrito en un ámbito religioso. De hecho
todas las religiones, por ejemplo el judaísmo, el islam o el hinduismo, dan una
fuerte relevancia al pacto matrimonial. Para los cristianos además es un Sacramento
en el cual Dios es el tercero entre los dos esposos a sellar el amor que se declaran
y al cual son llamados.
Transformar el enamoramiento en amor-don es una propuesta
compartida aún por quien no tiene una convicción religiosa, pues en la lógica del
amor está el donarse sin reservas, y está en el corazón del hombre este llamado
al amor. El amor que se expresa en las alianzas esponsales es un amor que no piensa
en sí, sino que pone en el centro al otro. Un amor que no lleva la cuenta de lo
que nos parece haber dado, sino que está agradecido de cuánto hemos recibido. Un
amor que no nos hace encerrarnos en nosotros mismos todas esas veces que nos sentimos
rechazados, heridos o desilusionados precisamente de aquella persona que habíamos
elegido como compañera de nuestra vida. Es un amor que sabe andar más allá de las
diferencias, que sabe esperar, comprender, pedir perdón, perdonar. Un amor que no
escucha las voces que dicen que la culpa de las discrepancias que atravesamos como
pareja es del cónyuge quien no sabe o no quiere entender. Un amor que no se rinde
ante la duda de haberme equivocado de persona. Un amor que sabe transformarse en
don para el otro. Bastaría ser conscientes de lo que hemos prometido ese día para
poder salir de todas las dificultades venideras, ya que de tener presente esta declaración
de amor en los momentos de desasosiego, afirmaríamos con nuestra vida que vale la
pena casarse.
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