Cuando se presenta una muerte cercana en la
familia o amistades, los niños ponen en alerta todos sus sentidos; ven los
gestos de sus padres y familiares y aunque no comprendan lo que sucede, saben que
es una situación importante, por lo que intentan interpretar lo que pasa a su
alrededor. En todos los actos y palabras, los padres deben transmitir
serenamente a los hijos la sensación de compartir el duelo con ellos. Esto se
logra informándolos y dándoles el espacio para expresar sus sentimientos. La
muerte afecta de manera diferente a los niños, causando un impacto importante
en ellos. Su comportamiento
se ve alterado por el difícil hecho de sobrellevar la pérdida, generando en
algunos casos cambios psicológicos y emocionales que se manifiestan como:
·Incapacidad
para manejar sentimientos intensos:
·Baja
tolerancia a la frustración.
·Baja
capacidad para aceptar con paciencia las demoras de los demás.
·Tensión
crónica:
o Trastornos
del sueño
o Pesadillas
o Insomnio
o Hacerse
pipí en la cama
o Terrores
nocturnos
o Tendencia
a accidentarse
· Dificultad
en el manejo de las relaciones interpersonales:
o Deficiencias
escolares: problemas de atención, concentración, bajo rendimiento y malas
calificaciones, en ocasiones llegando a reprobar el año escolar.
o Síntomas
de angustia:
o Sensación
de vacío/desesperanza: apatía y desinterés generales.
o
Sufrimiento
intenso: lo que incrementa el sentimiento de desesperanza y la sensación de no
ser comprendido.
o
Incapacidad
para tener fe: alejamiento o rompimiento con sus creencias religiosas, que
frecuentemente se acompaña por sentimientos de impotencia y vacío, así como con
la pérdida de confianza en los adultos que lo rodean.
o
Inseguridad
o
Sentimientos
de culpa o vergüenza, que los llevan a pensar que la muerte del ser querido es
el resultado de algo malo que hicieron o es algo que deben ocultar.
o
Temor
ante la muerte: se manifiesta en el miedo que les da irse a dormir, en tener
sueño intranquilo o intermitente, preocuparse por la muerte
o
Estar
constantemente de mal humor.
En el niño surgen
preguntas sobre lo que ocurre después de la muerte. Si presenció el
fallecimiento, manifestará sentimientos de vulnerabilidad e impotencia, que
deberán ser atendidos por el impacto que provocan. Siempre se debe
hablar con la verdad al niño, para que pueda enfrentar la realidad de manera gradual,
respondiendo en todas las oportunidades que se presenten ante la tristeza,
temor o confusión, teniendo en cuenta su edad y la etapa de desarrollo en la
que se encuentra.
El hablar con
verdades a medias o mintiendo, confunde más al menor; entre más dudas no aclaradas
tenga, mayor grado de ansiedad experimentará, lo que le impedirá la libre
expresión de sentimientos y emociones. Es más sano para el niño compartir la
tristeza y la confusión, que pretender negarlas. Los niños son capaces de enfrentar
la realidad cuando se maneja en forma simple, cuando se les explican las cosas
de manera que puedan entenderlas, aclarando sus dudas y temores, permitiendo el
reconocimiento de sentimientos dolorosos como algo natural.
Algunas personas
piensan que es necesario proteger a los menores de experimentar una pérdida, sin
darse cuenta que se les esta impidiendo expresar su dolor. Se olvida que ante
la muerte de un ser querido, los niños tienen las mismas necesidades de
desahogo y de ser confortados que los adultos, por lo que les beneficia
participar en las actividades relacionadas con este hecho como asistir a la
velación, entierro, misas. Es importante que
el niño se despida de la persona que falleció. El adiós está relacionado con las
creencias personales. Una actitud flexible ante el comportamiento del menor, le
da seguridad, consuelo, cercanía y soporte.
Cuando el niño ha
enfrentado la realidad, necesita elaborar el proceso de duelo. El apoyo
profesional de un tanatólogo animará al menor a hablar de su pérdida,
expresándole su comprensión sobre el período de desesperación y depresión que
vive a consecuencia de la muerte del ser querido, tranquilizándolo ante la
intensidad de sus emociones, ayudándole a aprender a controlar y comprender los
orígenes de éstas. Esta atención del profesional o de la persona de su entorno
que sea capaz de escucharlo, orientarlo y acompañarlo, sin minimizar sus
sentimientos, ni juzgarlo, logra:
·Dar apoyo
emocional y práctico, ayudando al niño a trabajar su dolor, sacándolo de la
crisis y capacitándolo para restablecer una vida significativa.
·Difundir
el conocimiento de la naturaleza de la aflicción y del duelo, por medio de la
educación.
No debemos olvidar
que aunque sean pequeños y aparentemente no se dan cuenta clara de lo que pasa,
los niños siempre viven los duelos por las pérdidas de sus familiares, amigos y
hasta de sus mascotas. Por eso nunca debemos de pensar “ya se le pasará”. Los
adultos debemos de estar ahí para ayudarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario