(Post escrito por Rose-Marie Venegas Lafon)
Toda persona que está a cargo de un niño, de su
crianza y de sus cuidados, sea familiar o no (padres, abuelos o nanas en
guarderías), debe de ejercer ciertas funciones parentales. Sin embargo, el rol de
crianza es diferente para cada una de estos cuidadores del niño, lo que
conlleva también un ejercicio diferente de dichas funciones. En efecto, no es
lo mismo ser padre que ser abuelo; todo el mundo sabe que los abuelos echan a
perder a los nietos… Pero, ¿será cierto? Veamos cuales son las funciones
parentales y las diferencias necesarias en el rol de cada quién para un
desarrollo armonioso del niño.
PRINCIPALES
FUNCIONES PARENTALES Ochoa Lelong y Torres definen 5 funciones parentales básicas
para los cuidados de todo niño que aplican tanto en la parentalidad como en la abuelidad:
1.
La
función de apaciguamiento: se trata de la satisfacción de las necesidades
biológicas del niño (hambre, calor, contacto, higiene y tranquilidad).
2.
La
función de seguridad: Cuando las prácticas de crianza de los padres son la
mayor parte de las veces consistentes, el niño puede anticipar las respuestas
de sus padres y prepararse a ellas. Estas rutinas también favorecen la adecuación
de los padres al niño: aprenden a detectar con mayor precisión las señales de
cambio de su hijo (gemidos, bostezos, llantos, sonrisas, etc.) y desarrollan
mayor sensibilidad hacia éste. La tranquilidad y seguridad de los padres será sentida
por el niño que podrá así tranquilizarse. En consecuencia, esta función depende
tanto de las habilidades del niño para expresar con claridad sus necesidades y
darles a entender a sus padres si le están dando lo que requiere o no, como de
la sensibilidad de éstos para detectar las expresiones del niño e interpretarlas
lo mejor posible. Para ello, los padres deben estar disponibles, es decir
alertas y sin tener en mente preocupaciones mayores (económicas, de salud, de
separación de la pareja, duelo por un familiar, etc.) que nublen su capacidad
de ponerse en el lugar del niño para entenderlo y poder darle respuesta a sus
necesidades.
3.
La
función estimuladora: Se refiere a la capacidad para estimular al niño y
promover su desarrollo según el estilo de los padres, el niño y la cultura.
Esto no implica llevar al niño a clases de estimulación temprana sino jugar con
él, favoreciendo que tenga nuevas experiencias y conocimientos.
4.
La
función socializadora: Consiste en que los padres vayan poco a poco acercando a
su hijo hacia el respeto de ciertas reglas y que acepte las necesidades de
otros, como por ejemplo, canalizar las necesidades del niño a cierto horario
que le permita a la madre tener un espacio para el hogar, otros hijos o esposo,
y al niño integrarse a los horarios escolares. Implica ponerle límites y reglas,
que a su vez le permitirán aprender cómo ponerle límites a otros (niños y
adultos). El objetivo de esta función consiste en proteger al niño e integrarlo
en la sociedad, sin sobreprotegerlo o asfixiarlo, sin exceso de rigidez o
autoritarismo, lo que anularía el desarrollo de su futura autonomía, y sin
exceso de permisividad, que anularía la función de protección. No se trata de
que el hijo obedezca en todo y haga la voluntad de sus padres sino de que los
límites de los padres se conviertan en protecciones que lo acompañen a lo largo
de su vida.
5.
La
función de la transmisión transgeneracional de valores: Esta función habla de
la transmisión de un sistema cultural y familiar con las que el niño construirá
las representaciones globales del funcionamiento de la realidad social, tales
como los valores, rituales familiares, civiles y religiosos, así como la
narración de la historia familiar.
Todas estas
funciones son necesarias pero no se ejercen con igual peso. Los padres ejercen
de manera casi exclusiva la función socializadora, ya que en ellos recae
mayormente la responsabilidad nada grata de poner límites a sus hijos, a lo que
éstos protestan, viéndolos como malos en el momento. Es la función menos
gratificante, por lo que es la menos ejercida por los abuelos que ya tuvieron
que pasar por el rol de los “malos” y cuya experiencia les permite evaluar con
mayor tranquilidad la situación y ver si amerita un límite inmediato (prohibir
algo de riesgo en el momento: jugar con algo filoso por ejemplo) o es un
capricho del niño sin mayores consecuencias (como no comer una verdura). Así
los abuelos solo ejercen esta función en caso de que sea indispensable pero por
otra parte son los depositarios por excelencia de la función de transmisión transgeneracional
de los valores, de la cultura y de la historia familiar.
Cuando los abuelos
conocieron a sus propios abuelos, pueden conectar a cinco generaciones: pueden
contarle a sus nietos como fueron sus tatarabuelos, sus bisabuelos, ellos
mismos y sus propios padres de niños. Por lo general, suelen estar más
disponibles en tiempo y escucha al no tener las preocupaciones de las cargas
económicas y laborales. Esto les permite centrarse en los valores y el
desarrollo espiritual de sus nietos.
Estas diferencias
son vividas y sentidas por el niño, permitiéndole así diferenciar quiénes son sus
padres y figuras de autoridad y quiénes son sus abuelos, que los consienten y
escuchan pero que no son sus padres. Estas diferencias impiden que se den
confusiones en la mente del niño: ¡qué bueno que los abuelos sí son diferentes!
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