Este lunes pasado, celebramos el día del niño, en el que
todos nos sentimos particularmente cercanos a estos pequeños que son el futuro
de la humanidad. Sin embargo una
noticia nada escandalosa, hace que nos detengamos un momento a pensar lo
que significa el compromiso que tenemos hacia ellos. Una noticia que es casi simpática: resulta que en
estos días, cumple sesenta años el primer juguete publicitado en televisión,
que no es otro ni más ni menos que el
Señor Cara de Papa, al que muchos
conocemos por sus aventuras en Toy Story con Woody y Buzz. Y con él, celebra también años la publicidad
dirigida específicamente para los niños, un tema controversial que genera
críticas entre los padres y reacciones de la industria. Sobre el mundo de los
niños hay muchas miradas puestas. Una de ellas es la que los considera como
parte del mercado al que dirigen las propuestas de consumo.
Ante esto, los niños están muy indefensos por su imaginación,
por su emotividad, por su falta de control y pueden ser empujados a exigir de sus
papás una compra de modo casi obligatorio. Las negativas de los papás ante unos
niños excitados por la maravillosa publicidad generan bastantes problemas
dentro del hogar, sobre todo en la sociedad moderna en la que, por desgracia,
no todos los papás tienen la posibilidad física o psicológica de sentarse a
explicar a sus hijos las razones, los motivos y sobre todo, porque, en la
mayoría de los niños, siempre tenderá a pesar más el capricho y lo emocional,
que lo racional y sensato. La mayoría
de países occidentales tienen regulaciones optativas o legales que buscan
afrontar estas preocupaciones respecto a la responsabilidad de quienes proponen
a los niños juguetes como los mejores y los más divertidos. Sin embargo, no
todo está del lado de los comercializadores. También en los padres y en los
educadores hay un buen grado de responsabilidad. El crecimiento de la orientación de la publicidad hacia los niños ha
venido acompañado de un incremento de la permisividad de los padres.
Creo que podremos
estar de acuerdo en que, por desgracia, cada vez más padres de familia están dedicados a ser los amigos de sus hijos
y no los educadores de sus hijos: al aumento de la presión comercial se añade una seria crisis de la identidad de los papás. Queda claro que es imposible (y posiblemente
no sea sano) el impedir que los hijos estén expuestos al bombardeo del ambiente
y a la posible manipulación que esto genera. El medio social, las ofertas de
productos, se mueven con demasiada rapidez y los padres de familia no tienen
otra salida más que la que implica su obligación: educar, educar, educar. Solo
cuando se educa en la responsabilidad, en la fuerza de la voluntad, en la
disciplina serena, es posible que los hijos aprendan a navegar entre el mar
inmenso de la publicidad que se les dirige. La historia del señor Cara de Papa
no es otra sino la historia de la entrada de la educación de los seres humanos
en unos tiempos que ya no son los de antes, pero en la que los seres
humanos tienen el reto de seguir siendo ellos mismos. En esta era, los jóvenes
y los niños van muy deprisa y muy delante de sus padres. Por esto, no los
necesitan menos sino más, porque necesitan de ellos lo que ninguna publicidad
puede dar: valores, virtudes, formación de la personalidad. Y eso no lo garantiza
la compra de nada. Ni siquiera de un simpático señor Cara de papa.
1 comentario:
Muy bueno Padre, gracias por compartirlo.
Lourdes Marván
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