domingo, 15 de abril de 2012

SER FELICES EN PASCUA

Con este domingo comienza en la práctica el tiempo de pascua. Toda esta semana ha estado llena de las apariciones de Jesús y de las vacaciones de los que las pudieron disfrutar. Este domingo es llamado domingo de la misericordia, desde que Juan Pablo II quiso seguir los consejos que santa Faustina Kowalska dejara en sus revelaciones privadas sobre el Jesus de la divina misericordia. Sin embargo este domingo nos pone delante de un portal que tenemos que buscar vivir. El portal de la pascua en la vida diaria, la vida diaria hecha pascua. Esto ya no es tan sencillo, porque lo cotidiano tiende a imponerse sobre los ideales o sobre las perspectivas un poco más espirituales. Con todo, esta es la gran aportación del cristianismo. Ser cristiano no es seguir una religión, ni un culto, ni una filosófica. Casi me atrevería a decir que posiblemente haya religiones más atractivas, cultos más significativos y filosofías más seductoras. Ser cristiano es descubrir en la propia vida que Jesús de Nazaret, como decía Benedicto XVI en su encíclica Dios es Amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Cuando uno se encuentra con una persona, ya no puede desaparecer de la propia vida, de un modo u otro permaneces vinculado a ella. Y cuando sabes quién es esa persona para ti, el vínculo se hace todavía mucho más serio.

Vivir la pascua, es mantener viva en la propia persona la certeza de la resurrección de Jesús y sus implicaciones para mi existencia cotidiana. Certeza de que el mal no es más fuerte que el bien, certeza de que las dificultades tienen un sentido para mi vida (pueden purificarme, pueden reorientar mis horizontes), certeza de que puedo hacer presente a un amigo vivo en las circunstancias cotidianas, mi familia, mi trabajo, mi tiempo libre, mi diversión, un amigo que se hace criterio de vida, que se hace cimiento de vida, un amigo que me da respuesta a las circunstancias y personas que me configuran. Ese es Jesús de Nazaret el resucitado. Cuando Jesús entra en el cenáculo, ocho días después de su resurrección, nos dice dos cosas. La primera es PAZ, paz que es el shalom hebreo, que no solo significa ausencia de conflicto o «bienestar». Sino también a una paz interior, calma o tranquilidad de un individuo. Shalom significa también un retorno al equilibrio, a la justicia y la igualdad integral. Y la segunda es una palabra dirigida a todos nosotros: DICHOSOS LOS QUE SIN VER CREAN. A los apóstoles se les concedió tocar las llagas de Jesús, a nosotros se nos pidió creer. Pero eso no nos hace menos felices que ellos, pues a Jesús vivo se llega no solo por los sentidos, sino sobre todo por la fe, la confianza en él, el amor a él. Esta certeza de que también somos felices nos sostiene a partir de hoy en toda esta pascua. ¿Qué será lo que nos toque vivir de aquí al 9 de Junio, día de Pentecostés? No lo sabemos, pero sabemos que lo viviremos junto a un amigo que nos da la paz, y que más allá de sus llagas y de nuestras llagas, nos da la felicidad.

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