martes, 17 de abril de 2012

INTERESANTE: Sobre la felicidad


(ARTICULO ESCRITO POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL)
Con la avalancha de malas noticias que nos está cayendo, la del Rey, la última, y lo lejos que estoy, no me he enterado de cómo ha terminado ese congreso sobre la felicidad celebrado en Madrid por unas almas caritativas, dado lo necesitados que andamos de un poco de ventura en nuestras vidas.
Lo malo es que pocas cosas hay más elusivas, más huidizas, más impalpables que la felicidad, lo más buscado y lo menos encontrado en este mundo. Tan huidiza es que incluso en aquellos momentos en que nos creemos felices nos atormenta el temor de dejar de serlo. De ahí que sea mucho más fácil describir la infelicidad que la felicidad. La infelicidad viene de no ser o tener aquello que se desea, situación muy común para la inmensa mayoría, dada la natural imperfección de la naturaleza humana. «¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!», clamaba el calderoniano Segismundo, haciéndose portavoz de la Humanidad. Quien más, quien menos, tiene la sensación de que le falta algo, una sensación que afecta incluso a los más ricos, a los más sabios, a los más hermosos, que sienten, a poco que reflexionen, que no son perfectos. De ahí que los más sabios de todos, los estoicos, recomienden la ataraxia, la eliminación total de deseos, como mejor camino para alcanzar la felicidad. Fórmula que Ingrid Bergman, con un sentido del humor que no sospechábamos en ella, redujo a «tener buena salud y mala memoria». Aunque he conocido personas con mala salud y excelente memoria todo lo felices que se puede ser en este mundo.
Lo que sí podemos decir en plena resaca de la juerga que nos hemos corrido las últimas décadas es que el camino que habíamos elegido para alcanzar la felicidad acumular cada vez más cosas, principal característica de la «sociedad opulenta» que describió Galbraith— no era el mejor, pues las cosas, incluidas las más caras, no traen la felicidad, al menos la duradera. Depende esta, como ya advirtió Aristóteles, de nosotros mismos, de alcanzar un equilibrio interno no fácil de conseguir y difícil de mantener, dadas las corrientes que nos zarandean interna y externamente.
Parece razonable decir que la riqueza y la sabiduría ayudan a la felicidad. Pero en modo alguna la garantizan e incluso pueden predisponer a la misantropía a poco que uno, o una, no se contente con lo superficial y desee algo más etéreo, como la fama, aunque solo sea por los quince minutos que nos concedía a todos Woody Allen. Lo indiscutible es que hay muchas clases de felicidad y que la del simple no es la del filósofo, pudiendo ocurrir que aquellos que consideramos infelices sean más felices que los sabios. Es más, hay personas que encuentran la felicidad en la infelicidad. «Los satisfechos, los felices se quedan dormidos en la vecindad de la aniquilación», proclamó Unamuno, y lo practicó en vida.

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