miércoles, 28 de marzo de 2012

BENEDICTO, TODO PARA TODOS

De todo lo que Benedicto XVI nos deja en México, además de sus discursos que comentaré en otro momento, fue muy importante el encuentro personal, de miradas, de sonrisas, de manos, porque en el sentimiento mexicano, parte importante de nuestra forma de entender la vida y de vivir lo que entendemos había una fractura no intencionada respecto a Benedicto XVI. En parte, porque el hueco emocional dejado por Juan Pablo II era muy grande, y en parte, porque en los objetivos pastorales del Obispo de Roma era prioritaria la atención a la galopante descristianización de Europa. Pero todo tiene su tiempo. Y en los planes de la providencia de Dios estaba este encuentro. Los agoreros se esforzaron por decir que iba a ser fría la recepción del pueblo de México a Benedicto y se equivocaron. Resulta llamativo que los que tanto piensan ver, a la hora de la hora, no vean lo esencial. Se volvió a cumplir aquello que tan sabiamente dijo Saint Exupery en su libro El Principito: no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos. En el análisis que se hizo antes de la visita, quedó claro que no supieron ver con el corazón, o mejor dicho no supieron ver el corazón de la gente, lo que la gente anhela, desea. Eso mismo sucedió con algunas de las transmisiones televisivas o radiofónicas, pues lo que la gente quería era que les dieran al Papa, no que los volvieran a abrumar con problemas, dificultades, amarguras, que, de eso, ya tienen bastante en lo cotidiano. 


Esto lo entendió muy bien Benedicto XVI desde el principio. Entendió que el pueblo mexicano oye muy bien y lo sabe hacer con el corazón. Por eso fueron varias sus intervenciones en las que quiso mostrarse cercano al pueblo de México. Su frase en el aeropuerto: Ya sé que estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy dentro del corazón, fue una expresión que se repetiría varias veces. O como cuando dijo en Guanajuato: Quisiera quedarme más tiempo con ustedes, pero ya debo irme. En la oración seguiremos juntos. Y la maravilla que generó, cuando en la puerta del colegio Miraflores salió en la noche a pesar del cansancio que ya experimentaba para abrir su corazón y decir algo que nunca se borrará de las mentes y de los corazones mexicanos: Queridos amigos, muchísimas gracias por este entusiasmo. Estoy muy feliz de estar con vosotros. He hecho muchos viajes, pero nunca he sido recibido con tanto entusiasmo. Llevaré conmigo, en mi corazón, la impresión de estos días. México estará siempre en mi corazón. Puedo decir que desde hace años rezo cada día por México, pero en el futuro rezaré todavía muchos más. Ahora entiendo por qué el Papa Juan Pablo II dijo: «Yo me siento un Papa mexicano».Todo esto no eran meras palabras. Muchos de sus gestos fueron los de un padre que quiere a sus hijos: los largos recorridos en papamóvil, los esfuerzos por acercarse a los pobres, a los niños, a los enfermos siempre que los veía, su sonrisa… ¡qué sonrisa de bondad! Sus manos extendidas como queriendo tocarnos a todos. Sus palabras y sus gestos ganaron el corazón y lo abrieron a lo sustancial de su mensaje. Luego habrá que reflexionar en sus mensajes, pero nuestros corazones ya están listos para escucharlos. Queden por ahora estas consideraciones que nos hacen recordar a otro gran apóstol del evangelio, a Saulo de Tarso que decía sin ningún rubor: me hecho todo a todos para ganarlos a todos para Cristo.

No hay comentarios: