viernes, 9 de diciembre de 2011

LA ISLA DE SAVATER

Recientemente Fernando Savater estuvo en la FIL de Guadalajara ante mil jóvenes que le hicieron preguntas. Es llamativo que los jóvenes se sienten a escuchar a un filósofo. ¿Que tiene este pensador español que lo hace atractivo? Quizá lo primero sea su capacidad de ser inteligible. Savater ha conseguido que su pensamiento sea comprensible para los jóvenes, un público al cual se ha dirigido a lo largo de los últimos años. Savater ha sabido pegarle al centro del corazón del joven de hoy en algo que podríamos llamar el presentismo. Todo se resume en vivir para hoy, todo se centra en gozar el hoy. Así se aparta el pasado, fuente de dolor, de tristeza, de arrepentimiento. Así se aparta el futuro, lugar de lo que no podemos prever ni controlar, lugar de las consecuencias de los comportamientos, lugar de la responsabilidad. Eso pesa mucho y podría parecer que es mejor no pensar en ello. Hay que vivir hoy y no hay que poner a nadie por encima de uno mismo. Lo que cuenta es una vida mejor  y no podemos aspirar a una mejor vida. En el fondo se trata de un pensamiento simplista, que no responde a nada, pero que satisface en un primer momento a la mente. Si se quisiera profundizar se encontraría un vacio.
Su pensamiento se mantiene en la superficie, sin  darle profundidad a sus palabras. Por ejemplo cuando le preguntaron por la felicidad, rechazó hablar de ese concepto porque según él es una palabra que le parece "demasiado imponente" que los antiguos no se atrevían a emplear, por si los dioses se enfadaban y les mandaban un rayo. Quizá en esta broma fácil ante un auditorio juvenil, que le da un cierto contexto, encontramos la forma común de su pensamiento. Savater se aprovecha de que mucho de su auditorio no sabe que si de algo se ocuparon los filósofos antiguos fue de la búsqueda de la felicidad Eudaimonia en griego), bastaría con leer la Ética de Aristóteles, o los diálogos platónicos. Savater no busca profundizar, aunque busque inquietar intelectualmente, saciar un poco el ansia de verdad, de bien, de plenitud que los  jóvenes tienen. No obstante sus intuiciones son ciertas en parte, pero también profundamente insatisfactorias. Si empujase a seguir buscando estaría bien, pero da la impresión de que invita a quedarse viviendo el presente, como un náufrago que solo tiene a disposición los pocos metros cuadrados de la isla en la que habita.
Quizá eso es lo que menos me gusta de Savater. Que nos obligue a quedarnos en una isla, que no nos enseñe a buscar otras orillas, que bajo la capa de un realismo, necesario sin duda, no levante la mirada de los jóvenes hacia ideales que no se disuelvan como algodón de azúcar en la boca, como cuando hablando de la muerte dice que "sobre la muerte no sabemos nada. Eso es lo más seguro que sabemos. Lo importante no es pensar si hay vida después de la muerte, sino antes”, y tener en cuenta "a los otros, el presente y las alegrías y tristezas de la vida". Esto no está del todo mal. Pero al mismo tiempo no es justo dejar a los jóvenes encerrados en las cuatro esquinas de una vida que les hace renunciar a buscar más de sí mismos, a buscar un amor mayor, a buscar un corazón más grande, a buscar una trascendencia que llene de sentido su peregrinar cotidiano, a construir el barco que los saca de la asfixia que tienen en el pequeño mundo que se han hecho de materialismo, de inmediatez, de falta de futuro.

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