sábado, 24 de diciembre de 2011

EL NIÑO ES MI SEÑAL... FELIZ NAVIDAD

Un año más compartimos la maravilla del nacimiento del hijo de Dios entre nosotros, celebrando el misterio de la vida de Dios que se hace vida humana, celebrando que la vida humana sea capaz de Dios. Los primeros cristianos se preocuparon de constatar que lo que habían experimentado en Jesús de Nazaret no era una ilusión. Estaban hartos de que los decepcionasen, de que les prometieran cosas que luego no se cumplían. Por eso buscaron asegurarse que ese Jesús de Nazaret que decía cosas tan lindas no fuera un engaño más. Algo semejante a lo que quizá hemos experimentado este año. Cuántos engaños, cuántas decepciones, cuántas mentiras nos han dicho. Y eso duele mucho. Hemos visto caerse a personas importantes de todos los campos: la política, la sociedad, la iglesia, quizá en nuestra familia, a nuestro lado. Hemos visto hundirse amigos en los que habíamos puesto nuestra confianza. Es muy duro probar el sabor de la decepción, porque la decepción no solo desilusiona, también arruga el corazón y no le deja volver a amar. La desilusión hace que nuestra emotividad se haga cínica o sarcástica y que tienda a hacerse indiferente. Esto lo vivieron hace dos mil años hombres y mujeres que estaban mucho más hartos de lo que nosotros podemos estar. Hombres y mujeres sin horizonte, que tenían que elegir entre las miles de ofertas de salvación que les ofrecían. Hasta que llegaron unas personas que venían del judaísmo y que les hablaban de algo diferente que ni era estoico, ni cínico, ni platónico, ni esotérico. Era algo real. Resultaba que un hombre había muerto en Palestina y ese hombre había resucitado como signo de que lo que Él había dicho era verdad. 
¿Quién era este hombre? les contaron que ese hombre había nacido de una virgen en la ciudad de un rey de Israel que se llamaba David, y que el día que él nació los espíritus enviados por Dios (a los que ellos llamaban ángeles) habían anunciado a unos pastores que era una alegría para todo el pueblo porque en él se cumplían las profecías que hablaban de esperanza y les daban una señal: un niño envuelto en pañales y nacido en un pesebre. No era un mito, ni un sueño, ni una ilusión. Era de verdad, de carne y hueso, como tú y como yo, con todo lo que tú eres, con todo lo que yo soy. Sometido a todo lo que tú yo estamos sometidos: al tiempo, al dolor, al cansancio, al hambre, a la duda, al miedo, a las lágrimas…  Ese niño era una señal, garantía de que ya no estábamos solos. Que aunque alrededor todo seguía igual de inseguro, de incierto, de decepcionante, ya no estábamos solos, Dios había decidido caminar con nosotros, mirarnos a los ojos, sufrir a nuestro lado y asegurarnos que después de todo este dolor, (dolor que teníamos que combatir, enjugar, intentar eliminar) la vida seguía sin límite para el amor y para la felicidad, sin lágrimas que enjugar. Este niño era nuestra señal, nos decía que era cierto, con su sola presencia, con solo estar ahí.
Esta navidad elegí la imagen de unos reyes magos que van a adorar al niño sentado en las piernas de María. Estos reyes llevan sus dones en medio de un gran deterioro ambiental y de ellos mismos. Casi no queda nada de su gloria original, están golpeados por el tiempo, por el descuido. Pero les queda su capacidad de hacer llegar sus dones a las manos del niño, del niño que comparte con ellos el dolor, la impotencia, la fragilidad (¿ves que al niño le falta la mano izquierda?). El niño es como ellos, es también su certeza. Hoy quiero encontrarme así con el niño Jesús en mi nacimiento particular. Verlo agrietado, verlo quizá roto, pero con sus ojos profundos fijos en mi. Con eso me basta. No necesito ser perfecto, necesito ser amado por un niño deteriorado como yo, eso me hará mucho mejor. Esta es mi certeza de una feliz navidad. Como la de los primeros que oyeron que Dios se había hecho hombre en un pequeño pueblo del Oriente. En esta navidad yo le pido que El sea mi señal. Que me dé la certeza de que él sigue ahí. QUE ESTA SEA TAMBIEN PARA UDS UNA FELIZ NAVIDAD.

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