miércoles, 16 de noviembre de 2011

REVOLUCIONARIOS DE CORAZÓN

Para la mayoría de nosotros la revolución mexicana es un periodo de historia en que un grupo de hombres se levantó contra el gobierno injusto, para generar un mejor país. Ciento un años después tenemos una sociedad muy diferente a la de entonces, una sociedad con mejor nivel de educación, con mejor nivel económico, con una conciencia de modernidad que no existía entonces en el país. Por otro lado, también vemos una sociedad menos revolucionaria. Es decir, vemos una sociedad con menos ideales, y, sobre todo, con menos empuje para comprometerse por sus ideales. La calve de una revolución no son los conceptos que se defienden, que pueden ser tan bonitos como inoperantes. La clave de una revolución es el compromiso que las gentes tienen por defender lo que creen, por hacer de sus ideales un motivo para transformar la sociedad en que viven. En esto creo que fallamos en el México actual.

Parecería que estamos vacunados contra el compromiso. Nos falta compromiso con nuestra familia: el individualismo nos ha inyectado que primero somos nosotros y luego los demás. O mejor, que primero soy yo y luego los demás. Nos falta compromiso con nuestra sociedad: nos quejamos de lo mal que lo hacen nuestros políticos porque solo piensan en ellos mismos… pero ¿no hacemos nosotros esto mismo tirando cada uno para su ranchito a la hora de preocuparnos por la comunidad civil en la que vivimos? Nos falta compromiso con nuestra iglesia… porque los padrecitos, o los pastores, o quienes sean, son esto o aquello… pero ¿nos hemos propuesto ser parte activa de nuestra comunidad religiosa, o simplemente somos receptores de servicios con cierto colorido espiritual?

La revolución mexicana se puede ver desde muchas perspectivas y según eso se pueden juzgar sus frutos. Una visión maniquea de la historia, que busque sintetizar en un “todo bueno”, “o todo malo”, es injusta. Hay que ver con objetividad la historia y desentrañar sus enseñanzas que son más positivas que negativas, en su contexto histórico. Pero queda claro que nadie se juega la vida salvo que tenga un espíritu fuerte para hacerlo. Aunque muchos de los que pelearon lo hicieran por simples intereses materiales o políticos, lo cierto es que le pusieron a la causa revolucionaria todas sus fichas. Aunque tenemos muchos no supieron seguir los caminos de paz, ni acordar consensos en el diálogo, la concordia, para la construcción de instituciones. Incluso, muchos cristianos no supieron regir su conducta según su la fe, esperanza y caridad, mostrando desesperación, angustia y violencia. Pero hoy nos falta empuje para el ideal, nos cuesta comprometernos con algo de modo definitivo, no tenemos esa fibra interior que hace de los hombres y de las mujeres personas que enfrentan las circunstancias, que defienden sus valores, que luchan por lo que creen. Ante un nuevo aniversario de la revolución mexicana tenemos que volver a afirmar que es una grave omisión renunciar a ser una presencia efectiva con nuestros valores, con nuestras creencias, con nuestras convicciones, en los ambientes en los que nos desenvolvemos: familia, sociedad, iglesia. No podemos eludir el compromiso que brota de lo que creemos. Si no estaremos siendo injustos, no con una historia de libros, sino con las personas que mas queremos, que no son solo parte de nuestro presente, sino que nosotros somos parte de su futuro.

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