jueves, 1 de septiembre de 2011

SONRIA POR FAVOR...

Hay experiencias pequeñas que acaban siendo significativas. Es lo que les quiero compartir. Este verano, mientras viajaba en el tren. Alguien tuvo a bien sustraerme mi cartera en la que iban diversos documentos: credenciales, carnets, licencias, y  mi licencia de manejar en México. No me hizo ninguna gracia, por la complicación que supone volver a obtener todos los documentos. Esto podría no tener ningún interés, si no fuera por el detalle de humanidad que me tocó vivir. El ultimo que me quedaba por obtener era mi licencia de manejar (carnet de conducir). Con todos los papeles me presenté en el centro de servicios que se encuentra en Gran Sur en la ciudad de México. Hice fila y me atendió una muy amable señorita. No sé su nombre, porque no tenía ninguna identificación visible. Me hizo el favor de completar algunos detalles de la documentación que llevaba. Al final, me pidió que pasase a pagar en la caja y que me formase para obtener mi documento. Fui al lugar de pago. De nuevo una fila de esas que esta hechas para que Job no pierda entrenamiento. Con mi pago efectuado, me formé en la fila para realizar el último trámite. Aquí comienza realmente la historia.

En una oficina de servicios cada persona tiene su historia y cada uno lleva su vida. La señorita que me había atendido atrajo mi atención. No tenía nada especial, excepto su incansable sonrisa y su amabilidad inagotable. La vi explicar una y otra vez a un señor que ni llevaba los documentos adecuados, ni tenía los papeles en orden, que con gusto lo ayudaba, pero que por favor le trajera los documentos que tenía que tener. El hombrecillo insistía y nuestra muchacha le volvía a explicar sin perder el modo, ni el temperamento, ni las formas, que ella no podía ayudarle si él no traía todo lo que tenía que traer. Pasaron diez minutos, la cola aumentaba. A su lado, su compañera, también muy amable, seguía atendiendo al público que se iba apelotonando. Al final el señor entendió, o eso creo, que no podía hacer el trámite y se fue. Ella no hizo ni el más mínimo gesto de alivio, cara de disgusto, mueca de fastidio terminado. Con una sonrisa atendió al siguiente contribuyente. En ese entretanto la gente se iba desesperando, y más cuando faltaron los plásticos con los que hacer licencias de conducir, excepto para los que ya estábamos en la fila (yo suspiré aliviado la verdad).  La gente se salía de la fila para preguntar cosas antes de esperar un buen tiempo. Nuestra amiga siempre sonreía, siempre atendía, siempre contestaba de buen modo, entendiendo la desesperación de las personas. Llegó una señora prepotente, la atendió con amabilidad, llegó un anciano con una cierta incapacidad para hacer el trámite por sí mismo, le ayudó a terminar lo que le faltaba en sus documentos.

La fila seguía su curso, yo ya tenía en mis manos mi licencia para manejar. Era momento de irse. Al pasar a su lado, le iba a decir algo que la motivase a continuar en ese servicio de tanta excelencia y humanidad. Pero no hubo la oportunidad. Ella hacía su trabajo.   Lo que vi en esta oficina convertir a México en algo maravilloso, si cada uno lo hiciera en su trabajo, en su familia, en su iglesia, en la calle. Esta muchacha me enseñó que no importa quien llegue, o como llegue, si yo siempre soy yo mismo. La autenticidad y la humanidad siempre pueden ir de la mano. Basta que decidamos que así sea.

1 comentario:

Lourdes dijo...

Padre... creo que me topé con la misma chica, menudita y morena que sólo me hizo sentir bien y contenta de que siga habiendo gente amable para todos, sin importar quien sea o como se vea.