En la historia que hoy les comparto, el anillo representa la voluntad que se orienta hacia el mal y que no siempre es capaz de salir por sí misma. Hace falta la ayuda de alguien, hace falta la fuerza de alguien, para que cada uno deje su anillo y tome su camino, el que hace verdaderamente feliz. Un camino que no siempre es al que uno se había acostumbrado cuando tenía el anillo. De vez en cuando alguien llega a nuestra vida para hacernos cambiar. Ese alguien ve lo que quizá nosotros no hemos visto, nos dice lo que no habíamos percibido. Podemos tomar sus palabras con superficialidad, las podemos tomar con enojo, las podemos tergiversar para nuestra conveniencia, podemos intentar posponerlas, pero no las podemos extinguir. Cuando aceptamos la razón, cuando buscamos la verdad, cuando dejamos que nuestro corazón dé los pasos que tiene que dar, descubrimos que nuestra historia tiene un final feliz, como dice Bilbo: Y vivió feliz para siempre hasta el fin de sus días. Es el mensaje del evangelio de este domingo: nos habla de la posibilidad de retomar el camino del bien, siguiendo las palabras de otro, para escapar del poder del anillo que nos destruye sin darnos cuenta. Libertad de seguir caminando, libertad de ese anillo que, por un lado, daba ventajas, pero, por otro, ata a lo peor de uno mismo. Cumplir perfectamente la ley consiste en amar y el mejor amor es el que libera al amigo de aquello que le destruye.
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