lunes, 19 de septiembre de 2011

DESPUES DE UN MINUTO DE SILENCIO

Hace veintiséis años, tembló en México de modo trágicamente destructivo. El tiempo, el acumularse de las noticias, hace que eventos, fundamentales para una ciudad, queden reducidos a efemérides que se recuerda con un minuto de silencio o con un simulacro de emergencia sísmica, que no está nada mal. La responsabilidad del terremoto no fue de nadie más que de la naturaleza. Era inevitable el temblor, y, en cierto sentido, era imprevisible. Sin embargo, la responsabilidad de la tragedia del terremoto del 85 no cae en el anonimato. Leyendo lo que pasó, comentando con quienes lo vivieron, sacando conclusiones de lo que se podría haber evitado, resulta que fue la suma de muchas negligencias, corrupciones e indiferencias lo que hizo que el terremoto del 85 llegara a ser tan letal.
Gracias a Dios después se tomaron medidas responsables, se revisaron las normas arquitectónicas, se instruyó a la población para saber qué hacer en caso de alarma sísmica y hoy, la ciudad está mejor preparada para una amenaza de este tipo. Sin embargo, leo que todavía en el centro histórico de la ciudad de México hay viviendas con riesgo en caso de temblor, que no han podido ser desocupadas por la oposición de los vecinos que las habitan. No se van quizá porque no tienen dónde irse y prefieren vivir en el riesgo, pero por lo menos vivir. O quizá no se fían de que se les vayan a cumplir las promesas que se les hacen y prefieren las seguridades que tienen a la mano. Esta es la mentalidad que solo busca la sobrevivencia inmediata, la que se conforma con el arreglo del ahora. Esta mentalidad sirve para sobrevivir pero no para vivir.  La vida verdadera es la que supera la resignación, la falta de fe, y enfrenta con fortaleza y responsabilidad, en la medida de lo posible, los retos que se tiene enfrente. No porque se puedan resolver todos, ni siquiera porque se les vaya a dar la respuesta mejor. Pero se avanza en la mejora de la vida propia y de los que son responsabilidad de uno.

Ante una tragedia solamente se puede responder de dos maneras, con depresión y debilidad, o con solidaridad y acciones. Pero en la vida diaria cabe una tercera vía, la de la indiferencia y la negligencia, en la espera de que no pase nada, haciendo lo que sabemos que está mal o dejando de hacer lo que sabemos que está bien. Independientemente de que hoy todos estén de acuerdo que el gobierno del momento no supo estar a la altura de lo que se le pedía, también todos están de acuerdo en que la sociedad mexicana supo hacer las cosas que había que hacer, socorrer a los damnificados, establecer normas para que los daños de las catástrofes naturales no se potencien por la irresponsabilidad de los seres humanos. Los mexicanos respondieron con responsabilidad y con solidaridad. Para esto cada día tenemos que superarnos a nosotros mismos, aprender a ver más allá de nuestros pequeños espacios mentales, ser conscientes de que los problemas no se solucionan tapándolos, ni negándolos, empujados por el orgullo, por los prejuicios, por los tabús, o por una miope visión de lo que la realidad humana pide para este momento concreto. Hoy habrá en muchos lugares un minuto de silencio para recordar a las víctimas. Que después de ese silencio hablen nuestras obras llenas de responsabilidad y de solidaridad.

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