Cada vida tiene muchos ciclos, los momentos dentro del útero
materno, los años de la infancia, el tiempo de la adolescencia, el periodo de
la vida adulta, el tiempo de la vejez. A cada momento de estos los llamamos
etapas de la vida, porque cada uno de ellos tiene que vivirse de un modo
diferente. Algunos se viven con inocencia, con dependencia de otros. Otros se
viven con ansia, otros con responsabilidad, otros con serenidad. Pero todos se
deben vivir. Por eso cada periodo de la vida tiene enfrentarse con ganas de vivirlo.
En cada etapa de la vida tiene que haber ganas de vivir. Ganas de vivir no es
solo el sentimiento de empujar hacia delante los minutos que nos son dados en la
existencia. Ganas de vivir no es solo la etérea sensación de euforia que las
circunstancias se encargan de apagar. Ganas de vivir es, por encima de todo, la
decisión de tomar una actitud proactiva ante la vida, una actitud de mirar la
vida de frente para ver qué es lo que de modo responsable he de hacer en este
momento con el tiempo que me es dado. Ganas de vivir es la decisión de mover
mis fichas en el tablero de mi ajedrez.
Las ganas de vivir no vienen del estómago. Las ganas de
vivir no vienen de lo útil que es uno, ni de lo que los demás esperan de uno. Las
ganas de vivir no vienen de difusos buenos deseos. Las ganas de vivir vienen
del sentido que estoy dispuesto a darle a la etapa que tengo por delante.
Cuando me comparo con otros, cuando veo los proyectos de otros, cuando veo las
posibilidades de otros, me dan ganas… de desanimarme. Pero cuando me veo a mí,
cuando descubro lo que yo puedo proyectar, cuando veo lo que yo puedo hacer con
lo que la vida y la providencia me ofrecen, entonces me lleno de ganas de
vivir. Cada puerta que nos abre la vida, aunque pueda parecer dolorosa, es
momento para tener ganas de vivir. Cuando parece que el horizonte se cierra,
cuando el corazón se queda solo, es el momento de tener ganas de vivir. Es el
momento de saber que el sentido de la vida lo dan mis ganas de vivir. Puede
asustarnos la soledad, puede asustarnos el fracaso, puede asustarnos el que
nuestros recursos sean menores, puede asustarnos el que la aventura que comenzamos
es muy grande, puede asustarnos que hemos consumido ya mucho tiempo de nuestra
vida y que nunca tendremos las mismas oportunidades.
Pero ante todo eso, volvernos a tener ganas de vivir, es
decir, fuerza para mirar a los ojos del futuro, esperanzas ante la maravillosa
oportunidad de tener a nuestro lado unos ojos a los que mirar, unos ojos que nos
llevamos dentro, cuando tenemos que seguir nuestro camino. Esos ojos que son
los de nuestros hijos, los de nuestros hermanos, los de nuestros compatriotas, los
de la persona que llevamos en el corazón, y sobre todo los ojos de quien primero
miró nuestra existencia: los ojos de Dios. Todos esos ojos nos miran desde
dentro y le dan sentido a la vida. Esos ojos nos miran desde dentro, para que
cada día comencemos una nueva aventura, para que cada día empecemos de nuevo. No
empezamos nuevos, porque todos arrastramos el pasado, arrastramos nuestra
historia. Sin embargo, esa historia es una oportunidad para erguirnos y decirle
al día que comienza, ¡Venga! ¡Empezamos!, ¡porque hoy miro la vida CON GANAS DE
VIVIR!.
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