lunes, 30 de mayo de 2011

ENCENDER UN CORAZON APAGADO




Hay algo más temible que los monstruos de las películas: transformar lo bueno en rutina. El ser humano es paradójico: lucha por algo que le cuesta y cuando lo tiene, lo llena de rutina y lo echa a perder. En un artículo de Jesús Muñoz me impresionó este pensamiento: la rutina es un movimiento o un cambio de actitud en el hombre, según un antes (el amor) y un después (la indiferencia). Un movimiento en el que el alma pasa de la pasión y el entusiasmo, a la indolencia y apatía. (…) la rutina, no decimos que sea el paso del amor al odio, sino que el punto de llegada es la indiferencia. A veces transformamos profundas experiencias en aburridas miradas al techo. Así, una relación que comenzó con ilusión, por descuido o negligencia, va perdiendo mordiente, va cerrando puertas abiertas, hasta que la otra persona queda fuera de la vida. Lo que cierra las puertas no es el enfado, ni el enojo, ni el odio. Lo que cierra las puertas es un amor que va perdiendo brillo. La rutina es como la cabeza de un cerillo, que se transforma en ceniza que no puede volverse a encender.

El problema de la rutina es que no la vemos venir. Nos damos cuenta de que hemos perdido detalles, partes de la vida del otro, hasta que un día el panorama nos hace ver que la rutina se ha apoderado de los centros de decisión y acción de la persona, y de las líneas de comunicación de la relación. Entonces parece que es demasiado tarde, y se toma la decisión de alejarse. No me refiero a que a veces en la vida haya que decir no a impulsos del corazón, movidos por el respeto a una persona o a su situación. Me refiero a que se deja que la pasión se erosione y se diluya. Aparecen separaciones de vida de pareja, disociaciones del compromiso social, desilusiones de la vivencia religiosa práctica. El ser humano está amenazado en sus mejores relaciones (el mismo, los demás, Dios) de cuatro jinetes del apocalipsis que Jesús Muñoz compendia en la incoherencia de vida, la indiferencia, la rutina, y el amodorramiento. No hay cosa peor que aburrirse y cansarse de lo maravilloso, de lo que da sentido a la vida, de lo que nos saca de ser entes que deambulan por este planeta, para convertirnos en protagonistas entusiastas del tiempo que nos es dado vivir.

¿Cómo vencemos la rutina? A mí se me ocurre, empezar a enamorarse de nuevo de los detalles, volver a poner una a una las piezas del rompecabezas, a base de encontrarles de nuevo el sentido. Volver a interesarse por cómo va vestida la persona que quieres, por cómo mueve la cabeza tu hijo con guiño travieso, por qué cosas pequeñas se agita su corazón. Volver a preocuparse por la limpieza de las calles de tu colonia, por el evento musical en el parque, por la atención a los discapacitados de tu ciudad. Permitir que de nuevo inflame tu espíritu una melodía gregoriana, descubrir la belleza de la espiritualidad en una talla religiosa, dar gracias a Dios por la hermosura de una luna llena. Los pequeños detalles integran de nuevo el entusiasmo del espíritu, hasta volver a dar importancia a lo que se había olvidado que la tenía. Como decía una vieja canción: volver a llenar de amor lo que se perdió por no cuidarlo. Un día te despertarás con oxígeno nuevo en tu alma descubriendo que vuelven a importarte cosas, personas, realidades. Ese día sabes que estás amando de nuevo.

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