viernes, 8 de octubre de 2010

GRACIAS, MARISA.

Esta vida es muy curiosa, te acerca gente, te separa gente, te acerca gente para acercarte a otra gente y en ese movimiento te separa de la anterior. Nunca sabes por qué puerta volverá a aparecer alguien que se fue. Ni por qué puerta se irá alguien que está a tu lado. Hace dos meses un correo tocó a mi pantalla y lo abrí con la ilusión con que abro cada correo que viene de un amigo o de una amiga. Pero ese correo era triste. No traía la sonrisa, ni el abrazo. Traía el dolor y una cabeza buscando hombro. Era un correo que anunciaba el cáncer terminal de Marisa, una amiga de la juventud. Una amiga que había abierto puertas hacia otros amigos, cuyos nombres no se van del corazón (Victor, Javier, Alicia, Jose, Juan, Olvido). Esta vez la puerta que se abría no era para traer a alguien, sino para llevárselo.

En ese momento pensé que esta vida no siempre es justa. Tras haber dejado de verla durante treinta y cinco años, volví a verla fugazmente, hace un año, entre las risas de otros amigos reencontrados en las fiestas de un pueblo tan pequeño como entrañable. La vida había corrido muy deprisa, porque todas las palabras parecían nacer frescas del ayer inmediato, pero lejanísimo de hojas de calendario. Pasó un mes y otro correo volvió a golpear el corazón. Esta vez la puerta se había cerrado y Marisa ya no estaba. Me pregunté qué significaba para ella y para mí, encontrar a alguien que, de pronto, volvía a desvanecerse. Pero no había contestación, porque muchas de las preguntas no tienen modo de resolverse, pues las respuestas están escondidas en el corazón de quien pasa a tu lado.

De pronto, un tercer correo me hizo entender. Justo el día que yo llegaba a España a acompañar a mi hermano, tenía lugar una misa de funeral por ella y me invitaban a celebrarla. Yo no creo en las casualidades. Creo en la providencia. Porque las casualidades son un ciego destino. La providencia es un tejido amoroso. Pude llegar, ver las caras, sentir las lágrimas, decir lo que había en mi corazón, quizá consolar. Pude dar lo poco que uno puede dar cuando la muerte ha quitado todo. Todo menos la esperanza. Todo menos el cariño. Y pude abrazar a su madre y mirar a los ojos a los primos de Marisa que son amigos míos. Y ver de lejos en la iglesia a Mar y a Sonia, amigas de los dos.


Entendí que a partir de ahora ya no hay distancias con ella. Que cada día en el misterio del amor de Dios, Marisa está cerca. Que cada día en lo que llamamos corazón de Dios, sigue latiendo Marisa. Que cada vez que yo tenga en mis manos el Cuerpo de Cristo, estrecho también las manos de todos los que viven en El, también las manos de Marisa. Realmente la puerta no se cierra nunca. La noche de risas en la Peña del Real había sido para que me diera cuenta de que la puerta no se cerraba nunca, que el tiempo es siempre corto, pero la amistad es inmensa. Y doy gracias. Gracias por las personas con las que me he encontrado, gracias por las personas con las que hoy estoy, gracias por las personas que he vuelto a encontrar. Gracias porque Marisa me hizo volver a comprender que nadie se va de tu vida una vez que el cariño y la amistad le han abierto las puertas de tu corazón. Gracias, Marisa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Qué es real y qué es virtual?... Cada vez más difícil de adivinar.
Para tomar decisiones siempre hay que sostenernos en cómo la gente ES EN PERSONA CONTIGO.
Aprender a ver, en vida, el cariño y la lealtad.