jueves, 16 de septiembre de 2010

SERVILES O SERVICIALES

Parece que las soluciones de nuestra sociedad están en el futuro. Quizá porque el pasado que nos han enseñado, y el presente que hemos experimentado tiene muy poco jugo para sacar un licuado de esperanza. Me llamó la atención un artículo (la forja de un líder el País, España, 16 de septiembre de 2010) de un socialista español Joaquín Leguina a quien leo de vez en cuando, aunque en muchas cosas yo pueda discrepar de él. En este artículo, Leguina diserta sobre la problemática del Partido Socialista Obrero Español ante la presidencia de Madrid (algo así como el gobernador de un estado en México). No voy a entrar en ese tema, pero me gustó que ponga el dedo en la llaga respecto a los liderazgos, de todo tipo, que padecemos en la sociedad posmoderna.

La incapacidad de decir a quienes dirigen que se equivocan en el camino que llevan contamina a las sociedades. Todo son caravanas, sonrisas Colgate, asentimientos de cabeza elevados al nivel de tic nervioso. Y así no se arreglan problemas, ni en la Iglesia, ni en la sociedad, ni en la familia. un líder necesita colaboradores leales, no cómplices serviles. La diferencia está en que el colaborador leal habla, señala el error, no le importa la propia incomodidad. El servil calla, alaba el error y quiere estar en un puesto tranquilo. Como dice Leguina, acaban confundiendo la lealtad con la obsecuencia. Esto se puede empeorar si los colaboradores del líder son unos apalancados, que no necesitan ganarse el puesto, porque saben que el líder se lo garantiza. Ese camino arruina cualquier estructura, de fervor, de poder, o de servicio. Lo vemos cuando un obispo no exige frutos a sus sacerdotes, cuando un político oculta los errores de su equipo de trabajo y lo promueve, cuando una ONG infla su propaganda y adelgaza sus contactos humanos. En definitiva, un líder necesita colaboradores que trabajen y que piensen. Todo lo demás es polvo y aire.

Coincido con Leguina que un candidato se puede armar con televisión, espectaculares, y relaciones públicas y que eso es envoltura, que no suple un serio trabajo y unos principios luminosos que guíen la acción. De otra manera, los ciudadanos (o los fieles, o los grupos necesitados) pagan doble, al tener al frente personas que los rigen, sin ideas ni trabajo, sin principios ni esfuerzo, sin convicciones ni ganas de sudar. Líderes que todo lo quieren fácil: ganar elecciones, gobernar, caer bien a la gente, ser simpáticos con los medios de comunicación. El líder verdadero, y su equipo le tiene que ayudar a ello, no está arriba para que lo acunen, está ahí para ganar la batalla del bien común de la sociedad, con un objetivo claro que, ciertamente, no puede ser el poder por el poder.

Como dice Joaquín Leguina: la política no puede navegar sin rumbo propio, sometida a los vientos cambiantes de una opinión efímera y trivial ni reducir su discurso a eslóganes "ilusionantes" o a imágenes. Ahí radica la diferencia entre la pirotecnia y la artillería, entre el curandero y el médico, entre el charlatán y el orador... entre un político mediático y otro de verdad. Ya alguien lo había dicho (y dejó muchos seguidores que lo imitaron) cuando al ver como se peleaban sus colaboradores por un mejor puesto en el equipo les regañó diciéndoles: los que son reconocidos como jefes de las naciones se enseñorean de ellos, y sus grandes los oprimen. Pero entre ustedes no sea así, sino que cualquiera de ustedes que desee llegar a ser el grande sea su servidor, y el quiera entre ustedes ser primero, sea siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y a dar su vida en rescate por muchos. (Marcos 10,43)

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