domingo, 30 de mayo de 2010

MIRADAS DE AMOR


¿Has visto alguna vez la maravilla que es el momento en que a un padre le entregan por primera vez a su hijo? Todo es un cruzarse de miradas: la mirada de la madre orgullosa, agotada, feliz, que recorre incansable el rostro de su esposo y la figura de su pequeño. La mirada del padre que se imanta en el rostro de su niño como si no hubiera nada más en el universo y que fugazmente se dirige agradecida hacia la esposa-madre. La mirada del hijo, que apenas reconoce las figuras, pero que intuye la importancia de esos primeros encuentros, y que, mudo, sólo se agita un poco para acomodarse entre las manos del padre. Ese momento tiene un halo misterioso que da la impresión de ser irrompible. Es tan grande ese instante que cuando los seres humanos hemos intentado tocar la grandeza de Dios, la hemos resumido en un lazo así de fuerte. Más aún cuando Dios mismo a través de Cristo nos quiso explicar cómo era su vida íntima, no encontró una imagen más poderosa que la relación de amor de un padre con su hijo. Solamente que, en el caso de Dios, la relación es tan inmensa que se producen tres personas que existen distintas en la unidad del amor, precisamente el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Pero lo maravilloso no es que esto exista, lo maravilloso es que Dios mismo nos lo haya querido comunicar.

Los seres humanos nos hemos hecho en la historia muchas imágenes divinas, la mayoría de ellas confusas, como en el animismo, simples reflejos de nuestra personalidad o proyección de nuestras necesidades y carencias, como en el politeísmo, figuras de Dios totalmente alejadas del ser humano, tan trascendentes que ni siquiera podemos pensar en relacionarnos con él, figuras de Dios disueltas en la nada del universo, como escape de la miseria en que a veces se arrastra la vida del ser humano. Sin embargo, en un momento de nuestra historia, Dios mismo se acercó para decirnos quien era él en verdad, y manifestarnos un rostro de amor a su interior, y una explosión de amor en su relación con nosotros. Explosión de amor que quiere llegar a todos los seres humanos, para que encuentren en ese amor una raíz en sus turbulencias, una orientación en sus desesperanzas, un ser cercano en sus noches oscuras, una certeza en el mundo miserable que les rodea. A esta relación de amor, los cristianos le hemos llamado la Santísima Trinidad. Ciertamente, hemos cometido el error de alejar la maravilla de la vida de amor de Dios al rincón de los dogmas incomprensibles y, por tanto, carentes de interés. Pero a mí me encantan las miradas de amor, que son incomprensibles y, al mismo tiempo, dicen tanto a lo más profundo del corazón.

No hay comentarios: