lunes, 10 de mayo de 2010

HASTA SIEMPRE, AMIGO VICTOR

El corazón no le resistió más. Y eso que su fuerte había sido siempre ser un hombre de corazón. Sus sospechas se hicieron realidad: Hay problemas en el corazón. Y saliendo de la operación, el corazón dejó de funcionar. El, que siempre había tenido corazón para todos, no lo tuvo para sí. El siempre tuvo corazón para su gente, para su esposa Rosa María, con la que compartía toda una vida de gustos, de amistad, de bromas sinceras y de respeto. Corazón para sus hijas, Fer y Rosca, a las que nunca sacó de casa, al tiempo que las empujó a ser profundamente ellas. Ambas se casaron con hombres magníficos. Pero siempre estuvo abierta la puerta del hogar. Y cuando estaban juntos, la mirada los traicionaba. Corazón para sus pacientes, a los que trataba con un respeto y una ética como nunca he visto. Les hablaba con la verdad, pero con cariño, y buscaba lo que les podía ayudar, a veces una medicina, a veces un consejo, a veces la cercanía de un sacerdote.
El fue siempre un buscador, buscador de la verdad. En esa búsqueda, pareció haberse desvanecido la fe. Durante tiempo, su corazón no se atrevió a dirigirse a Dios. Y Dios no forzó su camino. Con la misma dulzura con que él sabía ser amigo, Dios fue convirtiéndose, poco a poco, en amigo para él. No fue el camino de la razón. Fue el camino del corazón. Siempre le gustó la ópera y le encantaba la zarzuela. Le encantaba la música, arte de la trascendencia, y la buena música. Y de modo especial, admiraba al ser humano que estaba detrás de todas las cosas, y así se nos fue al encuentro con Aquel que está detrás de todas las cosas. Hoy adquieren un sentido especial las últimas palabras de la ópera Tannhauser: ¡Dios ha concedido la gracia al peregrino, para entrar en el reino de los cielos!
Se nos fue. Silencioso, discreto, sencillo. Sin que a muchos de los que lo estimábamos nos diera tiempo de decirle lo gran amigo que era. Sin que nos diera tiempo de pedirle que le hablase de nosotros al Amigo que compartíamos en el corazón. Nos dejó el rico sabor de una amistad genuina. Nos dejó la mirada pícara y la sonrisa franca. Nos dejó el interés por lo más elevado del ser humano, él que dedicó su vida al contacto con la destrucción que el cáncer produce en los seres humanos. En la dimensión trascendente que llamamos cielo, cuántos buenos amigos habrá encontrado. Amigos de todo tipo, pero sobre todo aquellos para los que él fue bálsamo en el desierto desolado de su cáncer, a los que llevó de la mano para que su pergrinar no fuera tan duro ni tan amargo.
Ha muerto un gran médico, ha muerto un gran padre y esposo. Hasta siempre, doctor Víctor Lira Puerto. Hasta siempre, amigo.

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