domingo, 21 de marzo de 2010

DOS MEJILLAS, DOS CABEZAS

Hay circunstancias que nos hacen preguntarnos por el sentido de las cosas. Hace unos días leí en la agencia Zenit una noticia que nos puede hacer reflexionar. Así dice la nota: El 26 de abril de 1937, el primer bombardeo "en alfombra" contra una población civil, llevado a cabo por la Legión Cóndor sobre Guernica, alcanzaba la capilla de la Inmaculada de la iglesia de Santa María de la ciudad española. De la figura de la Virgen que allí se veneraba, sólo quedaron restos de la cabeza, explica a ZENIT el párroco de Guernica, Iñaki Jáuregui. Ocho años después, el 9 de agosto de 1945, la bomba atómica destruyó la catedral de Urakami, en la ciudad japonesa de Nagasaki. La talla de madera inspirada en la Inmaculada Concepción de Murillo que se encontraba en el centro del altar de la catedral sufrió un destino similar al de la Virgen de Guernica. Entre las cenizas a las que quedó reducido el templo, fue hallada la cabeza de la Inmaculada con las cuencas de los ojos vacías, las mejillas y el pelo carbonizados, y una grieta junto al ojo izquierdo que muchos interpretan como una lágrima. Actualmente se la conoce en el lugar como “María bombardeada”.


Yo nunca había oído hablar de estas dos historias, que se suman a las miles en las que la imagen de la madre de Jesús se ve envuelta. Yo no sé porqué es tan frecuente el que haya signos en torno a la virgen María, pero se me hace llamativa la repetición. Las historias de Guernica y Nagasaki pueden ser coincidencias, o pueden ser gritos de la historia y voces de la fe. Gritos de la historia en la que en dos lugares tan lejanos los enemigos se devuelven el “favor”. Las tropas del Eje destruyeron Guernica, las tropas aliadas destruyeron Nagasaki. La pregunta es quien paga todo esto. Y la respuesta es siempre la misma, los inocentes.
El símbolo de las dos cabezas de María es también el símbolo de sobre quien acaba recayendo el dolor de la humanidad. El dolor siempre recae sobre el amor. Quien más ama, acaba siendo más objeto de más dolores. Ante esto uno podría renunciar a amar, y buscar la propia comodidad. O estar dispuesto a jugársela. Aunque una estatua es solo eso, el símbolo de ambas nos podría insinuar que siempre hay alguien que por amor está dispuesto a jugarse la cabeza por segunda vez. No es tan extraño que esto suceda con la imagen de María, la madre de aquel que por amor nos invitó a poner la otra mejilla

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