domingo, 28 de febrero de 2010

MIRA... ¡UN PESO!

Encima de mi mesa hay una moneda de un peso. Les quiero contar su historia. Salí a caminar alrededor de la pista de la universidad, como tantos días. A mis pies, semienterrado en la grava, estaba una moneda de un peso. Ayer, había habido un torneo de futbol y alguna de las personas que pasó por aquí lo perdió. Detuve mi paso, me incliné, lo levanté, sonreí y me dije: ¡mira, un peso! lo guardé en mi bolsillo y seguí caminando.
Me gustó esta parábola del peso y se la quise compartir, porque es la parábola de la vida. Todos somos ese peso. Estábamos en el bolsillo de alguien y, por cualquier rebote, caímos al suelo. La mayoría de la gente pasó junto a nosotros, nos pisaron, nos enterraron un poco más, para todos pasamos inadvertidos. Tan inadvertidos como para nuestro dueño, que posiblemente ni nos echó en falta.
Ahí tirados en la tierra, ¿qué es lo que éramos? Una aleación de metal, de bronce y aluminio con acero inoxidable. Junto a todas las piedras del camino, la mayoría de ellas de extracción volcánica, no éramos tan diferentes. Así pasó un tiempo, una noche y una mañana. ¿Tan siquiera sabíamos que éramos en esa pista deportiva? No nos podíamos levantar, no servíamos para nada. No valíamos nada.
De pronto, una mirada se fijó en nosotros. No como las otras miradas, esta mirada nos vio y tuvimos un significado para ella. Dejamos de ser una simple aleación de metales y empezamos de nuevo a ser un peso. Tuvimos un valor, pequeño, relativo. Pero valíamos algo. No sólo. Nuestro valor era la medida de todos los otros valores monetarios de nuestro universo. No éramos tan importantes como el billete de quinientos, pero el billete de quinientos lleva nuestro nombre, quinientos pesos. Somos su punto de referencia, el sentido de su valor. Pero el valor no es nuestro. Es de quien nos levantó del piso y nos incorporó a su vida.
Valemos en la medida en que alguien se fija en nosotros, nos carga y nos da el valor que somos. Hoy hablan de autoestima y de lo mucho que tienes que quererte a ti mismo. Estamos junto a las piedritas del campo de futbol diciéndoles “¿ya vieron? Es que yo soy un peso, soy la referencia de la moneda nacional.” Y esas piedritas te miran perplejas como diciendo ¿se habrá dado cuenta este de que sólo es una aleación algo extraña?
Y yo me veo como la moneda del peso. Me levantaron del suelo. Me recogieron. Vuelvo a valer. Alguien sabe que existo en su bolsillo y que valgo un peso, que soy un peso. Y estoy agradecido a la mano que me levantó, me guardó, me llevó consigo. Porque al verme se inclinó, detuvo su paso, sonrió y me habló por mi nombre: mira… un peso

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