domingo, 24 de enero de 2010

SER ESPERANZA, SIN PODER SER SOLUCION, SER HUMANOS





Las notas de Haití nos hablan de grandes destrucciones, pero también de la grandeza del espíritu humano. No puedo menos que compartir la historia de Sonia Flury que CNN nos hizo llegar. Por favor léela hasta el final.
Mi nombre es Sonia Flury, y tengo 40 años. Estaba acostada en la cama con mi hija cuando sentimos que la casa comenzó a temblar. Todos los muebles cayeron a nuestro alrededor. Yo estaba en la cama y mi hija cayó en un agujero, con sólo la cabeza por encima de los escombros. Yo puse mi brazo alrededor de su cabeza y la acuné. Mi hija comenzó a llorar y a tener pánico. Yo la consolaba cantando: "Guárdame, guárdame, Dios del amor, protégeme en un lugar seguro para estar junto a ti." Mi hija tenía sed, así que con mi orina le fui dando de beber. Dios me permitió usar mi orina para calmar su sed. Yo no comí ni bebí durante cinco días, pero tuve orina para ella. En el tercer día, mi hija quiso suicidarse, pero la detuve y ella me dijo:”eres egoísta, ves que estoy sufriendo y no quieres que me libre de esta miseria”. Le dije a mi hija a no podía matarse si Dios quería que ella se mantuviera viva y permaneciera aquí. Mi hija se detuvo y pidió perdón a Dios. El cuarto día, escuchamos voces, Yo gritaba ¡estoy viva! pero era demasiado peligroso romper las paredes, por lo que se fueron. Mi hija decía "Dios, ¿qué has hecho? Nos enviaste rescatistas y no quieren ayudarnos". Yo le respondí, "Dios nos rescatará”. En la cuarta noche, mi hija tenía diarrea y fiebre. Traté de enfriarla, oriné en mi ropa interior y se la puse en su cabeza como una compresa. Mi hija, dijo, "mamá, siento no haber hecho mucho por ti como hija, pero ten coraje, todavía tienes a mi hermano." Dijo, "Dios tómame durante la noche." Mi hija murió esa noche. Al quinto día, los rescatistas pudieron llegar hasta mí y empezar a sacarme. Cuando tuve que salir le dije adiós a mi hija. “Adiós, gracias por estos días en que pudimos hablar mucho”. Cuando salí El rescatador se abrazó a mí, a pesar de olía y estaba cubierta con orina. Me dio una botella de agua que aún tengo conmigo. Por favor, tenganme en sus oraciones. No sé dónde ir porque mi casa fue destruida. Sé que me ayudará a Dios. Flury sobrevivió con heridas en sus nalgas y el torso. Yace bien en su espalda, aunque necesita una máquina de rayos x para que los doctores estén seguros de que no tiene ningún daño interno.
Al final de esta historia, mi corazón se encuentra triste, porque toda tragedia humana es inmensamente dolorosa. Pero, también, lleno de esperanza. Porque hubo una madre que le dio a su hija mucho, antes de que la hija muriera. Porque hubo una madre que le dio lo único que su cuerpo podía darle y porque esta misma madre le dio todo lo que su espíritu le podía dar. Y pienso en tantos hombres y mujeres que son esperanza, aunque no puedan ser solución. Esperanza por sus palabras, esperanza por su espíritu, esperanza porque están ahí dando todo lo que pueden dar. Así quisiera ser también yo, y así quizá podríamos ser todos. Como Sonia Flury. Como quien no puede dar una solución a la triste condición humana, pero está A a mi lado en esa condición. Alguien se preguntaba por la presencia de Dios en todo este desastre. Yo ya sé donde estaba. Estaba en todas las Sonias Flury de Haití y en quienes recogían ayuda en tantas ciudades del mundo y en quienes se desprendían de algo para entregarlo con destino a Haití, y en quienes mantenían su altura humana con un entorno destruido hasta los suelos. Hoy este mundo tiene un poco más de esperanza porque Sonia Flury, en su pobreza y en su historia, nos comparte la certeza de que la vida no está hecha de soluciones románticas, sino de entregas reales, concretas, dolorosas, cotidianas que iluminan el destino del ser humano y muestran la grandeza de su interior sin importar la miseria de su alrededor.

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