domingo, 6 de diciembre de 2009

MIRAR A GUADALUPE


El pasado sábado regresando de un intenso día misionero en Alcholoya, Hidalgo, dos cosas llenaron mis ojos. La primera, un atardecer hermosísimo, de los que podemos ver con frecuencia en México. La segunda, las hileras de peregrinos que se dirigían hacia el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México.
¿Qué los empuja a caminar? ¿Qué los mueve a dedicar varios días hasta llegar cansados, polvorientos, hartos de espantar el cansancio, el mal sueño? Solo buscan ver a la Virgencita, la que llevan en sus estandartes, en sus altares portátiles a la espalda
Mirar a la Virgen de Guadalupe es más que mirar una imagen religiosa. Las imágenes religiosas inspiran devoción, o admiración artística. La Virgen de Guadalupe habló a un pueblo en el siglo xvi, y sigue hablándonos en este difícil siglo xxi.
Sus palabras nos enseñan a tener fuerza para esta y para todas las crisis, porque están dirigidas a todos los que caminan en las madrugadas del mundo, en las oscuridades de la vida.
Nos sentimos como Juan Diego, incapaces de resolver los retos para los que sentimos haber nacido. Nos sentimos pequeños, como son pequeños todos los mexicanos que, sin protagonismo, recorren los senderos del Altiplano hasta llegar a Tepeyácac. Nos sentimos con la sola fuerza de llegar hasta María de Guadalupe, para que sus ojos nos miren de nuevo. Para volver a escucharle y seguir adelante con la certeza de que ya estamos en sus manos de madre. Como ella dijo a Juan Diego: ¿cuix amo nican, nica nimonantzin? (¿no estoy aquí, yo, que soy tu madre?) ¿Qué cambio se dará en nuestras vidas, o en nuestra posición? Posiblemente ninguno. El cambio se dará en nuestro corazón, en la esperanza con que caminaremos, seguros no en nosotros mismos, sino en quien es la fuente de nuestra alegría porque estamos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Padre:
Me gustaría añadir que mirar a la Virgen de Guadalupe es tener la certeza de que te mira, te acoge con un infinito amor, dulzura y una gran delicadeza como una verdadera Madre.
Salir de la Basilica como dice en su otra reflección es salir hacer lo que esta de nuestra parte, pero sintiendo un gran apapchado, entendido, consolado, amado y con una gran fe y fortaleza para hacer lo que nos toca, sabiendo que siempre nos acompañará y estará pendiente como una Madre.